lente de aumento
Con la bandera española por montera
Y nos hablan de reconciliación, entendimiento, un nuevo tiempo sin balas pero con desprecios, de dolorosas impunidades
Begoña no necesita enchufe, ella manda
Contra Sánchez y Pumpido sólo resiste el diccionario
Van como jauria. El más bajito de la manada tira de la bandera de España, anudada al cuello de una joven aficionada. Supongo que ver una rojigualda en la plaza del Ayuntamiento de San Sebastián le provoca, le irrita y, digo yo, verá en ella ... una amenaza. Puedo decir y digo que, haciendo un tremendo esfuerzo, los jóvenes euskaldunes ofendiditos tienen entre todos una neurona y no a pleno rendimiento, como en modo avión. Total, para qué pensar, usar la chorla para algo más allá de sus necesidades fisiológicas. Un esfuerzo, quizá, para el que no han sido adiestrados y, claro, si desde que eres cachorro no te educan en el respeto, pues pasan estas cosas: que vas dando dentelladas de frustrado y aflora ese patán que eres porque, no el mundo, sino tu casa, tu escuela y los libros que no supiste leer (o quizá no te esforzaste en entender) te han hecho así, bobito. Y no es solo tu entorno cercano, ese del que te vanaglorias como un gudari de cartón-piedra. Vuestra tontuna cuenta con un aliado de peso, un primo de zumosol que os deja hacer, que asume vuestro relatito de victimitas, os acuna con ojitos arrobados mientras mira con desprecio a esa chica con dos ovarios bien puestos que pasea la bandera de su país horas antes de la final de la Eurocopa. Seguro que alguno de esa recua de serviles palmeros del sanchismo musitaron un «si es que cómo se le ocurre…», un «mira que ir provocando por ahí…». ¿Exagero? Ni una mijita.
A mí mismo, la cuadrilla pamplonica me conmina a quitarme la pulsera de la muñeca, no sea que tengamos problemas. Vaya, ahora que nos hablan de reconciliación, entendimiento, un nuevo tiempo sin balas pero con desprecios, de dolorosas impunidades que tienen el sabor amargo de la derrota. Porque eso es el desconsuelo a lágrima viva de la chavala que creyó, inocente ella, que se podía llevar al cuello la bandera de su país sin temor a que unos cafres la emprendieran a empujones con ella. Al día siguiente, la selección visitó al inquilino de La Moncloa, que lo es para regocijo de quienes agitan el árbol de la discordia. Los jugadores lo saludaron con desgana, con ese desprecio de quien al salir de la burbuja del dinero y del éxito ve la realidad que padece la afición que los aclama. Un equipo que se siente ya familia, que sabe que papá Estado les representa muchísimo menos que una niña con bandera al cuello. La mano blanda y la cara girada ante la sonrisa falsa del Nerón monclovita serán afeadas por los muecines desde los alminares mediáticos del sanchismo y él, profeta de sí mismo, seguirá a lo suyo, que cada vez es menos lo nuestro.
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