el retranqueo
Por acción o por omisión
Ábalos es víctima de sí mismo, de la torticera idea que el PSOE construyó sobre la corrupción ajena, de su propia ley del embudo
Que si la abuela fuma
No sé qué decirte, ministro
«Debía saberlo». «Culpa in vigilando». «Por acción o por omisión». Son las expresiones que usaban aquellos guardianes presuntuosos de la ética y la estética que estrecharon el carril de la permisividad, la nueva policía de la moral, los paladines de la ejemplaridad. Ellos crearon ... las reglas, marcaron con tinta a los culpables, lo fueran o no, y daban igual la imputación, o el procesamiento, o el juicio, o la absolución. O hasta once absoluciones consecutivas. De nada servía, y el estigma persistía como una cruz de sangre en la puerta del señalado. Ábalos y aquellos inquisidores de la buena política son los que decidieron cuál debía ser la frontera entre las responsabilidades judiciales y las políticas. Las primeras eran irrelevantes, cuestión de tiempo. Pero en la urgencia de estos regeneradores de las esencias, en las prisas por cobrar piezas de caza, la exigencia era guillotinar. Decapitar al rival públicamente, a cualquier coste. No bastaban cortafuegos ni cordones sanitarios contra el corrupto sucio. Siempre era una causa general y punto.
Ellos crearon la teoría de los 'bolsillos de cristal'. Son los que cuando se hunden en el fango cambian la ley y el rasero para distinguir una malversación mala, siempre la de los otros, de otra aceptable, la del progresista que no se lucra aunque el dinero se arroje por el inodoro de una ética artificial. Hoy la porquería acecha al PSOE, no a Camps, ni a Aguirre, ni a Rajoy, ni a Cospedal, ni a Soria. Ni a otros no culpables. En algo tiene razón Ábalos. No está imputado y no tiene por qué renunciar al escaño. Es cínico que admita que dimitiría si fuese ministro mientras mantiene su sillón, pero, vaya, necesita el aforamiento y ganar tiempo. Justo lo que negaba a sus rivales.
Son las amistades peligrosas de la 'koldosfera', que sólo es la capa de ozono del sanchismo. Koldo nunca podría haberse enriquecido sin una organización previa, sin la elaborada jerarquía de quien podía dar las órdenes, sin el santo y seña que permitía a un burdo asesor llegar a presidentes autonómicos o ministros que ordenasen a sus técnicos adjudicaciones sin comprobaciones, sin miramientos, sin decencia. Si Sánchez medía la decencia de Rajoy en términos de sospechas porque un presidente debía saber que su tesorero manejaba una contabilidad B, hoy debería medir la suya propia debiendo sospechar qué hacía su ministro o su secretario de Organización. Esa vara de medir fue impuesta como una exigencia democrática, como el síntoma de una superioridad moral que reivindicaba o negaba la presunción de inocencia en función de ideologías.
Hoy la norma ni siquiera rige para este Ábalos proscrito. Ni siquiera puede beneficiarse de la excepción que él inventó para cuando la corrupción fuese de los suyos. Lo de Tito Berni era chapapote de calderilla, morbo cañí y guarreo de hotel. Esto... esto tiene más pinta de testaferros al uso, de traficantes de influencias y de silencios extraños en los Consejos de Ministros. Ábalos es víctima de sí mismo, de la torticera idea que el PSOE construyó sobre la corrupción ajena, de su propia ley del embudo. De una idea de la justicia poética. Por eso no entiende nada. Y por eso el PSOE es incapaz de calcular aún el daño. Ya no va a bastar con releer manuales de resiliencia.
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