La Alberca
La victoria de España
Si los ingleses hubiesen dado la primera vuelta al mundo habría decenas de películas

Por una rama de canela, hace 500 años España fue a la luna de las Molucas y vio desde las punas del Nuevo Mundo la Tierra entera. Redonda. En carabelas calafateadas con brea de arrabal andaluz. La Corona española patrocinó una utopía mucho más revolucionaria ... que cualquiera de las que defienden los enemigos de nuestra Historia y puso nuestra bandera en el rincón más ignoto del planeta, donde los yámanas salvajes encendían hogueras de supervivencia en el hielo austral, confín fronterizo entre el universo con vida y el inerte. Aquella Tierra de Humos que descubrió Fernando de Magallanes en la cara oculta del globo fue el cénit del espíritu emprendedor español, la demostración de que las quimeras que rechazaban los demás se podían alcanzar con nuestro escudo. El Rey Manuel de Portugal se rió de su paisano cuando le propuso llegar a las islas de las especias por Occidente. Y Carlos I sufragó aquel viaje imposible hacia el Siglo de Oro español. Pagó cinco naos para emprender una locura y sólo una culminó la hazaña tres años y 200 hombres de mengua después. Su nombre estaba predestinado. La Victoria. Se llamaba en su origen la Santa María, pero Magallanes la rebautizó con la advocación de la Virgen a la que se había encomendado en Sevilla el 9 de agosto de 1519, un día antes de partir. Victoria. España venció hace cinco siglos. Y el olvido la ha derrotado.
Si los ingleses hubieran dado la primera vuelta al mundo, como juramentan en su grandilocuencia bucanera, Horatio Nelson tendría si acaso una estatua en su pueblo, la plaza principal de Londres estaría presidida por una de las carabelas y habría cientos de escolares de toda la nación haciendo visitas concertadas diariamente. Pero el pirata Francis Drake fue detrás de los nuestros. Aquella proeza fue española y, por lo tanto, víctima de la «postverdad» británica. Hemos dejado que nuestros enemigos escriban la crónica. Hace unas semanas, una náufraga de Podemos rechazó en el Parlamento de Andalucía una propuesta conmemorativa del quinto centenario de la primera circunnavegación aduciendo que fue una «campaña imperialista» en la que «sometimos a los pueblos indígenas». Los ingleses habrían hecho decenas de películas presumiendo de la gesta transoceánica más grande de todos los tiempos. Nuestros niños, en cambio, ni siquiera saben quién fue Juan Sebastián Elcano. Hemos aceptado sin rechistar que el esplendor de España fue cruento y que ninguno de nuestros grandes hitos está limpio. Armstrong y Collins pisaron la Luna. Magallanes y Elcano navegaron todos los mares y océanos de la existencia convirtiendo el inexorable arte de la haliéutica en una pieza de orfebrería. Los otros merecen todas las alabanzas. Los nuestros, todos los desprecios. Ni la Corona española ni la Iglesia son dignas de esta ingente aventura de la Humanidad porque lo único que hicieron fue arrasar las tierras indómitas, contaminar a los aborígenes y convertir los puertos en lupanares donde nuestros marinos plantaron sus árboles genealógicos a la fuerza para recoger frutos bastardos. Nuestras naos no bogaron por aguas tempestuosas, sino por úteros, y no trazaron el primer mapamundi completo, lo mancharon. No trajimos riqueza, sólo escorbuto. Lápidas.
En lugar de envanecernos por nuestra audacia y arrojo e inculcar a nuestros hijos el orgullo de pertenecer a esta patria heroica, pedimos perdón. Pero la Historia siempre acaba emergiendo, como los galeones hundidos con oro, para contarnos la verdad. La Humanidad ha tenido tres grandes epopeyas: el descubrimiento de América, la primera vuelta al mundo y la llegada a la Luna. Dos de ellas llevaban nuestra bandera. Maldita sea.
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