El triunfo de la estulticia

LOS días que le tocaron vivir a Desiderio Erasmo de Rotterdam, a horcajadas

M. MARTÍN FERRAND

LOS días que le tocaron vivir a Desiderio Erasmo de Rotterdam, a horcajadas entre el XV y el XVI, fueron muy parecidos a los nuestros. Tiempos de cambio profundo y confrontación intensa entre distintas formas de fanatismo. A Erasmo, hijo natural de una mocita burguesa y un sacerdote católico, le correspondió además la experiencia de la marginación y el desprecio, que sólo pudo superar con la medicina del talento, uno de los más diáfanos y fecundos de nuestro ámbito cultural. Incluso puede decirse, retorciendo un poco la Historia y el lenguaje, que Erasmo fue un precursor de las ideas centristas -moderación y equilibrio- que hoy demanda el mundo y, seguramente por eso, el sabio agustino tuvo -y tiene- en España menor predicamento que en el resto de Europa.

Entre la inmensa obra que Erasmo nos dejó escrita viene a cuento y resulta oportuno recordar un «Elogio de la Estulticia» -«Seu laus Stultitiae», generalmente mal traducido como «Elogio de la locura»- que, con perdón del anacronismo, podría editarse en edición gráfica ilustrada con fotografías de José Luis Rodríguez Zapatero tomadas en distintas poses y circunstancias. La Estulticia, según el sabio holandés, es hija de Plutón, dios de la riqueza y origen de todas las cosas, y de la Juventud. Es, visto con ojos generosos, el caso del actual presidente del Gobierno, la explicación de los principios generales que marcan su errática y peligrosa conducta y que, eso es lo malo, debilita al Estado, despieza la Nación y erradica el sentido de la Patria.

Zapatero es un caso tan límite de falta de cordura e inteligencia políticas como retratan, con precisión, sus poco más de treinta meses de Gobierno. Primero dio rienda suelta a su complejo de bombero y, tras avivar la llama, trató de apagar el incendio estatutario de Cataluña. Se enredó con la manguera y se vino abajo llevándose por delante unos cuantos jirones de la Constitución del 78 y sustituyendo un tripartito atemperado por Pasqual Maragall por otro, todavía imprevisible, que nadie modera y que, según vaya activando el Estatut, les dará más de un problema a los catalanes y algún disgusto al resto de los españoles. Después, y es donde más luce su escasez, Zapatero inició una lenta operación de suicidio político y, simultáneamente, de demolición nacional. Es lo que, con desparpajo y falsedad llamó «proceso de paz».

Lo que ahora pretende Zapatero como gran remate de su torpe jugada es la unanimidad de las fuerzas democráticas en la lucha contra ETA y sus cómplices. Es decir, el líder quiere cómplices, sordina que pueda atenuar sus muchos desafinos. No quiere cargar con su responsabilidad y trata de repartirla. Mariano Rajoy y los demás jefes de fila debieran meditar sobre ello antes del próximo lunes. La estulticia es altamente contagiosa.

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