Cambio de guardia
Tanto todo para nada
Los independentistas decidirán quién gobierna. Al precio justo

«Cuan feliz es aquel que nace bobo y todo se lo cree…»: en la sospecha de que esta vez no iban a servir de mucho los «trackings» que suplieron a las «israelitas», eludo a los augures de las ocho de la noche. Hago sonar ... en mi biblioteca los motetes de Philippe Verdelot y silabeo en ellos el texto de los poemas que, para ser cantados por la bella Bárbera Salutati, había escrito en 1526 un ya viejo Nicolás Maquiavelo. La asociación del músico francés y el canciller florentino marca una cima renacentista: la aritmética simbiosis de emoción e inteligencia. Nada mejor para borrar dos horas de desasosiego: de los virtuales sondeos a la seca contabilidad. También, para salir de ese juego de niños crédulos, «que se tragan que los asnos vuelan, / y dejan todo lo demás en el olvido, / una vez que en algo han puesto su deseo». Las encuestas son un bonito modo de dar alas imaginarias al deseo antes de que se estrelle. El sosiego de Verdelot y Maquiavelo me guía hacia el estante de la biblioteca en el cual reposa Epicuro y, en sus fragmentos, lo más alto de la sabiduría griega. Y el libro de Epicuro se despliega sobre una invitación firme a huir «de las cadenas del afán cotidiano y de la política».
En diciembre de 2015, hubo elecciones generales: se resolvieron en imposibilidad de formar gobierno. En junio de 2016, volvió a haberlas. Y se resolvieron con un gobierno en minoría y destinado a ser volado cuando mejor conviniera a los golpistas de Cataluña. Ese momento llegó en junio de 2018: cuando Junqueras y Puigdemont hicieron presidente minoritario a Sánchez. Lo de ayer cronifica la tendencia de ya casi cuatro años. En votos, España está dividida por la mitad. Una mala ley electoral trueca ese empate en precarias mayorías parlamentarias, a la merced de partidos marginales. Los independentistas decidirán quién gobierna. Al precio justo. Y tumbarán el gobierno, en el instante en que ese precio no se pague. Realmente, dejarse entusiasmar por la política es cosa de muy necios.
Balance. El PP se desintegra. Impera, no el PSOE, sino el partido de Sánchez: lo peor para España. Podemos es un parásito en alza. Los independentistas vencen. Vox es, tal vez, futuro; no presente.
Huir, recomienda Epicuro. Pero, ¿y si no hubiera ya vía de huida? Amigos, en tiempos votantes de izquierda, me hacían esta extraña confidencia: «he votado a Vox, porque los otros me daban asco». No les he reconvenido; a estas alturas del viaje, respeto solo un criterio: cuidar la salud propia y no votar nunca con náuseas. Si uno se empeña en votar. Pero la guerra de verdad comienza ahora: en ella van a jugarse nuestras vidas. Será duro.
Hemos vuelto a la casilla cero: a la inestabilidad repetida. Verdelot suena en mi biblioteca: en sus notas, versos que tejen el sobrio amor de Maquiavelo: «¡Oh, santas y quietas horas nocturnas». Me llama Tomás Cuesta para darme la única clave seria de esta jornada. Bajo la forma de un endecasílabo de José Hierro: «…después de tanto todo para nada».
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