Una solución para Cataluña
La cuestión catalana no se va solucionar con la mera aplicación de leyes
Una encuesta publicada por ABC la semana pasada probaba que los españoles perciben el desafío independentista como el gran reto político del momento; y que demandan a las facciones políticas en liza una solución que lo desactive.
Pero, si algo nos probaron los recientes testimonios ... de Rajoy y de sus ministros ante el Tribunal Supremo, es la extrema debilidad política con la que el Gobierno tuvo entonces que enfrentar el órdago. En primer lugar, porque aquel Gobierno se hallaba en minoría parlamentaria; en segundo lugar, porque los instrumentos legales de los que se dispuso se revelaron insuficientes y tardíos. La cruda verdad es que nuestro ordenamiento jurídico no estaba preparado para afrontar un desafío secesionista, que ni siquiera se menciona en la Constitución (y contra el que sólo se puede oponer el artículo 155, que es un portillo abierto a la discrecionalidad). La cruda verdad es que nuestro Código Penal tipifica los delitos de rebelión y sedición de tal modo que sólo sirven para penar alzamientos militares, pero en ningún modo intentos de derribar el régimen político desde las instituciones. La cruda verdad es que el Estado, a la postre, ha tenido que recurrir a una «justicia creativa» que obliga a los jueces a forzar tipos jurídicos, a impugnar actos administrativos que todavía no se han producido, etcétera. Puro macaneo jurídico, fruto de vacíos legales imperdonables, que torna todavía más débil la respuesta del Estado español. Y que tal vez mañana sea desacreditada en Estrasburgo por el «amigo» europeo, como antes lo fue en Bruselas o en Schleswig-Holstein.
Pero la cuestión catalana no se va solucionar con la mera aplicación de leyes (ya sean previamente existentes o creadas ad hoc); pues lo que hay que conseguir es «convencer» a los catalanes independentistas, y no meramente «vencerlos». Como nos advierte Gómez Dávila, «sólo las sociedades agonizantes luchan contra la historia a fuerza de leyes, como los náufragos contra las aguas a fuerza de gritos». Y, ¿qué solución nos proponen las facciones en liza electoral? Las facciones de izquierdas pretenden solucionar la crisis con un pacto sectario y excluyente entre ellas que deje fuera a la mitad de los españoles (o sea, la constitución de otro Gobierno débil que será también arramblado). Las facciones de derechas, por su parte, compiten por imponer la aplicación del discrecional artículo 155 más severa y prolongada; a la vez que prometen leyes lingüísticas dementes, en las que el catalán se convierte en lengua «optativa» y el inglés en lengua «vehicular», sin entender que la lengua catalana es un hecho biológico e histórico tan incontestable como la montaña de Montserrat.
La única solución posible para Cataluña empieza por reconocer sus realidades biológicas e históricas; o sea, por asumir la catalanidad en su profunda significación y aportación al genio español. Pero tal solución sólo será posible con gobernantes fuertes que, en lugar de chalanear con el independentismo, se dirijan directamente a los catalanes, ofreciéndoles un plan alternativo a las quimeras del secesionismo. Y hace falta que estos gobernantes sean generosos y estén dispuestos a gastarse en esta labor. Pues, por muy culpables que sean de la presente situación los políticos independentistas, sorprende que jamás nuestros reyes o nuestros sucesivos presidentes se hayan dirigido a los catalanes como «su» rey o «su» presidente, con un discurso que los convenza y exhorte a integrar su catalanidad en un proyecto común y atractivo.
Pero para proponer esta solución, que exige gran abnegación y sacrificio, no sirven los políticos cortoplacistas que buscan enviscar a unos españoles contra otros.