La sangre de los pobres
Bloy escribe para dar voz a los humildes pisoteados, en una especie de Miserere que tiene algo de graznido

Acaba de publicar la editorial granadina Nuevo Inicio un hermoso y desgarrador volumen con las obras que LĂ©on Bloy publicĂł en sus postrimerĂas: La sangre de los pobres, Meditaciones de un solitario en 1916 y la inconclusa En las tinieblas. Siempre es un gozo asomarse ... a la obra de este gran autor sufriente, bendito de Dios y maldito de los hombres, que completĂł una obra donde se alternan el improperio y la plegaria. Bloy disgusta o arrebata, su escritura en carne viva no admite contemporizaciones, sus palabras de fuego queman tanto que a los lectores no les queda otra salida sino abrasarse de furor o de entusiasmo. No hace falta aclarar que nos contamos entre los primeros.
Entre los seguidores confesos de Bloy se cuenta tambiĂ©n Javier MartĂnez, el arzobispo de Granada, que junto a Helena Faccia se ha encargado de la esmeradĂsima traducciĂłn de este volumen. ¡Un obispo que traduce a LĂ©on Bloy, quĂ© cosa tan inaudita! Si leyendo a Bloy el alma se nos torna de repente llaga…. ¡CĂłmo tiene que ser traducir a Bloy! Me impresiona mucho imaginar a un obispo bregando con los pasajes que Bloy dedica al fariseĂsmo catĂłlico («Jamás hubo nada tan odioso, tan completamente execrable como el mundo catĂłlico contemporáneo»), a los curas mundanos («aquellos a quienes la Virgen de La Salette denominĂł con su propia boca cloacas de impureza») y, en general a ese catolicismo pompier que jalea «todos los tĂłpicos del progreso, de la civilizaciĂłn, de la polĂtica y, sobre todo, de la democracia», a la vez que postula opciones polĂticas en las que Cristo queda confinado en «una casita de perro guardián».
Bloy escribe para dar voz a los humildes pisoteados, en una especie de Miserere que tiene algo de graznido emitido desde las tinieblas, mientras el mundo se estremece, bajo el cañoneo de la Gran Guerra. Ha pasado un siglo desde que Bloy escribiese estas páginas heridas e hirientes; pero los males sobre los que Bloy lanza sus dardos siguen siendo los mismos. Los hombres siguen adorando el dinero, que se acuña -en una eucaristĂa sacrĂlega- con la carne y la sangre del pobre. Los niños siguen siendo masacrados en «los mataderos de la miseria» (o en los Ăşteros de sus madres). Y el amor que escamoteamos a los niños y brindamos a los perros nos exige preguntarnos, como a Bloy, «si la tonterĂa, decididamente, no es más odiosa que la misma maldad»; y tambiĂ©n si es «el resultado de una idolatrĂa demonĂaca o de una imbecilidad trascendental».
En La sangre de los pobres, mientras fustiga su alma (y la nuestra), Bloy enhebra iluminaciones poĂ©ticas e intuiciones teolĂłgicas pasmosas. El pasaje en el que interpreta el dogma de la comuniĂłn de los santos resulta, por ejemplo, vertiginoso: «Es el concierto de todas las almas desde la creaciĂłn del mundo, y este concierto es tan maravillosamente exacto que es imposible escaparse de Ă©l. La exclusiĂłn inconcebible de una sola alma serĂa un peligro para la armonĂa eterna. (…) Un acontecimiento de la gracia que me salva de un peligro grave ha podido ser determinado por un acto de amor llevado a cabo esta mañana, o hace quinientos años, por un hombre muy oscuro cuya alma correspondĂa misteriosamente a la mĂa, y que recibe asĂ su salario. Ya que el tiempo no existe para Dios, la inexplicable victoria del Marne ha podido ser decidida por la oraciĂłn muy humilde de una chiquilla que no nacerá antes de dos siglos».
Y tal vez las pavorosas penurias que padeciĂł Bloy nos salvan hoy de las terribles cloacas de impureza que corrompen el mundo catĂłlico. Desde luego, que un obispo haya traducido a un escritor tan execrado por los catĂłlicos modernos constituye una prueba indubitable del dogma de la comuniĂłn de los santos.
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