Todo irá bien
El Rey

Los reyes, como los papas, no tienen que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y además no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina; ni es democrática ni está sujeta a ... las leyes que los hombres nos hemos dado, ni queda totalmente a nuestro alcance comprender su última profundidad y significado. Un rey no nos representa a nosotros sino a Dios. Su idioma es el de la eternidad y es nuestra tarea de mortales tratar con devoción de traducirlo, de descifrarlo, aun sabiendo que el intento no va poder librarse de nuestra natural imperfección. Yo puedo entender los ataques de los republicanos, precisamente por su alma tan poco trabajada, pero está fuera de lugar que los que se llaman a sí mismos monárquicos pretendan hacerse los íntegros con su invertebrada lista de reproches. La defensa de un rey no puede depender de ninguna circunstancia. A un rey se le defiende con el furor de los siglos, con las catedrales, con la sangre derramada en las batallas que establecieron las naciones y dibujaron los mapas; y tal como es poco sólido perder la Fe ante las victorias del Mal o los accidentes de tráfico, no es serio cuestionar a un rey por los regalos de un amigo o por los chismes de una cortesana. Un rey es el vínculo más atávico entre el hombre y Dios, el hilo retomado de la Creación en la Tierra, y es el deber de sus súbditos respetarlo, obedecerlo y custodiarlo hasta que Dios lo llame de vuelta a su regazo. Lo demás son formas varias de afectación igualitaria, ensayos de la derrota, la humanidad sin tensión, desparramada. Vulgar exceso de terrestridad. Los reyes no tienen que dar ejemplo sino presencia, permanencia y asegurar la Historia.
Las más estrepitosas derrotas que el hombre libre ha conocido no las causó el brutal avance de ningún enemigo implacable sino la dejadez de los que tenían que defender la frontera del Imperio. A un rey no se le puede defender desde la comodidad, ni empatando con la masa desaforada, sin desenvainar la espada. No hay rey si no prevalecen las categorías fuertes, tan ásperas a veces, y tan poco amables. La libertad no se desmorona porque el Mal sea más poderoso sino cuando el Bien se reblandece asumiendo la propaganda relativista y la corrección política se convierte en una parodia de la altura moral. Cuando nos da apuro hablar de Dios, cuando en nombre de la neutralidad lo expulsamos de las instituciones, de las aulas y hasta los funerales, como si la Civilización no se basara en que la muerte no es lo contrario de la vida; cuando presumimos de laicismo como si fuera la democracia, cuando presumimos de democracia como si fuera nuestra trascendencia, cuando despreciamos nuestra trascendencia como si sólo fuéramos animales y luego nos extrañamos de ser tratados como tales.
Viva en España o en la República Dominicana, el Rey habrá dejado su obra para los libros de Historia, y aunque le hayamos expulsado, le continuaremos debiendo cada instante, cada logro, cada bienestar de nuestro presente libre, próspero y acomodado, tal vez demasiado acomodado. Sus pecados los dirimirá con Dios, que es quien le dio dinastía y misión para que reinara sobre nosotros. Los que clamorosamente fallaron en su deber de defenderlo, los que titubearon, los que negaron su naturaleza y su condición por miedo al berrido infame de la turba, y por lavarse las manos ante lo que les exigía algo más que su arrogancia y su apatía, tendrán tiempo para entender la miseria y la muerte que traen consigo los que han querido humillar a Juan Carlos. Basta con ver la lista de los que ayer le insultaban, la calaña de cada uno de los personajes y dónde nos llevaron sus políticas de conflicto, atraso y hambre. No aprendemos, no mejoramos. Así cayó Roma y así nos han arrasado desde entonces todas las barbaries. Merecemos vivir entre fulanas y elefantes. Si Dios nos volviera a mandar a su Hijo, volveríamos a crucificarlo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete