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La rufianización

La trivialización de la política, convertida en espectáculo, conduce al envilecimiento del debate democrático

Ignacio Camacho

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Del envilecimiento, que ahora habría que llamar rufianización, de la vida política y parlamentaria no sólo tienen la culpa esos diputados que han convertido el Congreso en una cloaca. Hay una cuota de responsabilidad compartida que no puede ser ignorada. La tiene el periodismo, que ... en su búsqueda desesperada de audiencias concede máximo protagonismo a cualquier bufón dispuesto a acaparar la pantalla con hiperbólicos numeritos de dialéctica chabacana. La tienen las redes sociales, donde la morralla ha impuesto un guerracivilismo de barra tabernaria. La tienen los partidos que en sus listas electorales arrinconan la meritocracia para otorgar a los gamberros las primeras plazas. La tienen los ciudadanos que se escandalizan ante el alboroto canalla pero siguen votando a los que lo arman. La tiene, en fin, un modelo social que desestima el talento, la educación y la perspicacia; que abomina de las élites por su presunta arrogancia y que sólo concede atención a la trivialidad vacua, a la pamplina mediocre, a la simpleza, a la astracanada. Se trata de un proceso de vulgarización que hace mucho que está en marcha; ya en 1991 advirtió Neil Postman -«Divertirse hasta morir»- que la tendencia contemporánea a adaptar el debate público al formato de entretenimiento de masas acabaría conduciendo inevitablemente a la degradación democrática.

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