Vivimos como suizos
Señoritos de la Historia
Cuando Sánchez dice que hay que empezar la desescalada en la tensión política, su lugarsargenta lo contradice
Un político de altura. Eso que tanto se pide ahora. Aunque el de más altura sea el chiquitín Almeida. Nada menos que 1,96 medía Charles de Gaulle. Tanto que en su visita a España en 1970, cuando se quedó a dormir en el cigarral ... de los Marañón, le llevaron una cama del Parador de Toledo. 1970, ya expresidente, fue el año en que visitó a Franco (para escándalo de Malraux) y también el año en que murió. En noviembre de 2020 se cumplen 50 años de su desaparición. Y 130 de su nacimiento, que también es cifra redonda. Después de ver a Franco exclamó: «Pero si es un anciano». El anciano, que tenía dos años menos, duró cinco más. Rajoy, después de ver a Macrón, dijo: «Qué pequeñito es».
Tanto Franco como De Gaulle vivieron tiempos que a los de ahora les vendrían grandes. Como militares y como políticos. Leo una entrevista de Marta Belver a Ignacio Aguado donde el titular es «Muchas familias deben sentir vergüenza ajena de los políticos». Demonios. Leo el cuerpo de la entrevista a ver si es eso lo que ha dicho: «Ahora que estamos salvando vidas y que hay muchas familias que ni siquiera pueden enterrar a sus muertos… al ver a los políticos en este plan deben sentir una cierta vergüenza ajena». O sea, obligación, no probabilidad (muy probable desde luego). No tenemos bastante con que los políticos digan implementar. Encima tenemos que aguantar con que no distingan el deber + infinitivo y el deber + de + infinitivo. Imagino que Aguado no pretende imponernos una obligación ética de sentir vergüenza ajena por los políticos. Pero es lo que ha dicho. No hay problema. En muchos casos la sentimos. Porque se empeñan. Cuando Pedro Sánchez dice que debemos empezar ya la desescalada en la tensión política, su lugarsargenta Adriana Lastra retuitea una cosa de Ignacio Escolar donde critica a Isabel Díaz Ayuso («La propaganda es lo primero») por hacerse una foto en el aeropuerto y llegar tarde a la conferencia de presidentes. Así vamos a desescalar el Everest yendo hacia arriba.
Los políticos mienten. Siempre han mentido. Los de ahora no son los primeros en nada. Lo que pasa es que a veces son mentiras de parvulario: Sánchez atribuyendo el primer lugar a España, según la universidad de Oxford, en cuanto al rigor en la respuesta a la pandemia entre los países occidentales (es verdad que dice la presidenta de la Asociación de Ciencia Política que «detrás del duro confinamiento español hay una carga política, un mensaje de sacrificio a la UE»). De Gaulle también mentía. Y Roosevelt. Y Kennedy. Este no contó que una de las condiciones del acuerdo que acabó con la Crisis de los Misiles en 1962 fue la retirada de las armas nucleares en Turquía. Roosevelt mintió con el ataque alemán a un destructor estadounidense para vencer los recelos de entrar en la Segunda Guerra Mundial. Y De Gaulle no contó su estrategia sobre la independencia de Argelia para llegar a la presidencia en 1959 porque, si no, el plan se habría frustrado. La verdad es tan preciosa que es necesario que vaya protegida por una guardia de mentiras (Churchill). ¿Pero lo de Oxford? A veces es necesario mentir. A veces no se pueden evitar las torpezas. Al menos Sánchez ha afinado un poco en lo nunca visto («Desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial nunca la Humanidad se había enfrentado a un enemigo tan letal para la salud y tan pernicioso para nuestra vida económica y social»). Es que venía del «nunca habíamos vivido nada igual». Hombre, los de nuestra generación no, porque éramos hijos de Pinker, unos señoritos de la Historia. Y seguimos siéndolo.