Horizonte
Acaban con el honor de cualquiera
La pena de telediario sigue imponiéndose sin consecuencias para quienes procesan a los que resultan no ser culpables

Confieso que Rodrigo Rato siempre me ha parecido un tipo prepotente e insoportable. A pesar de haber mantenido cierto grado de parentesco con él, he tenido que presentarme con nombre y dos apellidos cada una de la media docena de veces que le he saludado. ... Pero en esta hora me desborda la indignación por ver cómo también con él la injusticia ha destrozado una vida. Se le han incoado en la última década tres causas. Una sobre su patrimonio en la que hace ya cinco años que se inició la instrucción y no hay cargos concretos. Otra sobre la salida a bolsa de Bankia en la que ayer fue declarado inocente. Y otra por las tarjetas de crédito con las que la Caja pagaba en especie y por la que está penando cárcel. Por cierto, dadas las cantidades de las que se trata, la menos relevante de las causas. Pero su vida está ya destruida y a él no se le concede el tercer grado que sí se otorga a asesinos convictos y confesos.
Como suele ser habitual en estos casos, la cobertura de TVE de la sentencia absolutoria fue digna de una tesis doctoral sobre manipulación informativa. Aparecieron preeminentemente en las imágenes, entre otros, Rodrigo Rato, José Luis Olivas, Arturo Fernández, José Manuel Fernández Norniella, Francisco Verdú... esas imágenes daban pie a que Íñigo Errejón, portavoz de Más País en el Congreso, declarase «lo negativo que es que en un momento de tanta ansiedad, de tanta preocupación y de tantas dificultades y penurias de los españoles, se mande el mensaje de que los más ricos se van sistemáticamente de rositas». Muy interesante declaración, pero quedaría bien completada si se explicara a los televidentes que entre los que Errejón llama «los más ricos» está José Antonio Moral Santín, que fue dirigente de Izquierda Unida y vicepresidente de Bankia hasta ser imputado en este caso del que ahora ha sido declarado inocente para indignación del señor Errejón.
La gran cuestión ahora es quién lava el honor de gentes como Ángel Acebes, Javier López Madrid, Arturo Fernández, Estanislao Rodríguez-Ponga, Jesús Pedroche o tantos otros perseguidos en una causa de la que nunca podrán librarse. La pena de telediario sigue siendo hoy la más temible para los inocentes. Y sigue imponiéndose sin consecuencia ninguna para quienes procesan a los que resultan no ser culpables. Es evidente que la sentencia de la Audiencia Nacional puede ser recurrida, pero hay que reconocer que los términos en los que están enunciadas las causas de la absolución hacen difícil creer que se pueda dar un vuelco a la absolución.
La cuestión es cómo es posible que esas penas de telediario se sigan imponiendo con tanta facilidad por todos los medios de comunicación sin excepción. Todos publicamos ayer con gran despliegue la noticia de que el encarcelado José Manuel Villarejo dijo que «No imaginas las cosas que he hecho por el Barbas. ¡Podía estar preso!». Se antepone la palabra de un delincuente con más sumarios de los que es posible memorizar al buen nombre de un presidente del Gobierno que nunca ha sido encausado por nada. Y que fue desalojado del poder por una sentencia cuya parte relevante ha sido anulada. Así se escribe la Historia y así acaban con el honor de cualquiera. Claro que, a los que nunca han tenido honor, a los que les da igual la verdad o la mentira, todo esto les suena a algo remoto, ajeno, desconocido. Ellos están a otra cosa. El honor, ni lo conocen, ni entienden lo que significa, ni les importa una higa.
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