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La pistola humeante

Según Junqueras, fue una revuelta seráfica que más que la independencia perseguía un estado colectivo de nirvana

Ignacio Camacho

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Los acusados del procés tienen un problema, y es que su golpe fue retransmitido en directo durante varias semanas. Lo vio toda España y la parte de Europa y del mundo que fue capaz de discernir entre la realidad y las fotos trucadas que divulgaron ... los separatistas a través de su red mediática. No pueden negar la premisa mayor, la de la sublevación organizada cuyas imágenes son la pistola humeante que la Fiscalía esgrime como evidencia básica. Y ante esa prueba primordial vienen a argüir que el arma sólo estaba cargada con balas de fogueo e inofensiva pólvora democrática. La imposibilidad ontológica de desmentir los hechos la encubren con el mantra de que votar no es delito y demás zarandajas que ofenden cualquier inteligencia estructurada, pero que tal vez sirvan de consuelo y fervorín a sus masas de seguidores enfervorecidos por la soflama identitaria. Así Junqueras, que tiene voz suave y frailuna, convirtió su declaración en una prédica franciscana trufada de amor al prójimo y bondad seráfica. Según su relato, la gente cantaba himnos religiosos, henchida de espiritualidad pacífica y cándida, la noche en que cercaron un edificio oficial y obligaron a salir por tejados y ventanas a los guardias que lo registraban. Una revuelta zen en la que, más que la independencia, se diría que los amotinados perseguían un místico estado colectivo de nirvana.

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