El piratita
A ese piratita, por favor, que no me lo toquen. Que ningún policía, fiscal o magistrado ponga sus sucias manos represoras sobre su virginal conciencia adolescente. Que lo entreguen a alguna oenegé de acogida, que le den vitaminas y sopitas calientes, que le hagan la ortodoncia, que lo niquelen y le busquen un empleo de paje del rey Baltasar estas navidades. Y bien abrigadito, pobre chaval, no se vaya a resfriar en un otoño tan brusco y desapacible. Me lo cuiden y atiendan, que se note que somos un país civilizado y de buen talante. Y ojito a los interrogatorios, nada de preguntas incómodas que le hagan sentirse extraño; trátenlo siquiera igual de bien que a los asesinos de Sandra Palo o a los presuntos de Marta del Castillo.
Y luego, cuando ya esté bien repuesto del susto de la detención en plena fuga, armado hasta las cejas, que le expliquen bien explicado, en su idioma, que todo fue un error producto de la confusión de la noche y de los nervios del momento. Y las excusas bien claritas, sin lugar a malas interpretaciones. No se vaya a pensar, pobre chico, que en España a los piratas los tratamos malamente y no entendemos que la miseria de un mundo injusto les empuja a un oficio tan penoso. Que hable bien de nosotros cuando vuelva y les diga a sus colegas de correrías que lo hemos tratado como los caballeros que sabemos ser cuando nos lo proponemos. Buen rollito, no sea que se cabreen y la próxima ocasión en vez de un pesquero se atrevan a secuestrar una fragata.
Mientras tanto, y aprovechando el trámite de la ley de Presupuestos, lady Salgado podría introducir en ella una partida para pagar rescates con cargo a los fondos de cooperación y ayuda. De eso se trata, de cooperar con el Tercer Mundo y luchar contra el hambre y el subdesarrollo; seguro que el PNV aprobaría el gasto, como implemento solidario de la ayuda al sector pesquero. No van a ser menos los piratas de Somalia que los gays de Zimbabwe, los tocadores de marimba en Ecuador y otros exóticos beneficiarios de la generosidad internacionalista española. Al fin y al cabo, la piratería viene a constituir por aquellas tierras una costumbre autóctona, un sufrido modo de vida forzado por las tristes circunstancias del desequilibrio y la pobreza. Y negociar con los corsarios resulta una forma como otra cualquiera de poner en práctica la Alianza de Civilizaciones.
Pero sobre todo a ese muchacho, al piratita Abdu Willy, ni toserle cerca, que viene poco inmunizado y se le puede contagiar un virus. Al mozo lo que necesite, gloria bendita, que no le falte de ná. Lo ideal sería integrarlo entre nosotros y darle una subvención para que se reinserte, pero como los suyos van a insistir en su regreso, al menos que diga en su país cómo tratamos aquí a la gente humilde y bienintencionada.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete