Tiempo recobrado
Vampiros
El pecado y la perdición tienen un poder de atracción mayor que el del bien

El sábado pasado visité la exposición de CaixaForum sobre los vampiros, que incide fundamentalmente en las versiones cinematográficas de «Drácula», la novela de Bram Stoker, publicada en 1897.
La obra es magnífica, pero el mérito de Stoker, que era irlandés, es haber creado una figura ... tan enigmática como atractiva como es la de un aristócrata que habita en un remoto castillo de Transilvania y que se alimenta de la sangre de sus víctimas.
Descubrí las películas de Drácula en mi adolescencia cuando la Hammer contrató a Christopher Lee y Peter Cushing para encarnar los personajes del conde rumano y Van Helsing, que clava una estaca en el corazón del monstruo. Eran los años 60 y aquellas películas británicas tuvieron un enorme éxito.
Yo no había visto entonces las versiones de Tod Browning, de 1931, con el gran Bela Lugosi en el papel del anacoreta transilvano y tampoco la anterior de Murnau en los años 20, titulada «Nosferatu», una obra maestra del cine mudo. Ninguna de ambas ha perdido el poder de seducir al espectador, envuelto en un halo de terror y misterio.
Coppola también hizo un «Drácula» en los años 90, pero peca a mi juicio de histrionismo. En cambio, el realizador alemán Werner Herzog estrenó otra versión en 1979, que me parece que incluso supera a las de Browning y Murnau. Se titulaba «Nosferatu, el vampiro de la noche».
Bruno Ganz protagonizaba el papel de Jonathan Harker, mientras que el genial Klaus Kinski hacía una de las mejores interpretaciones de Drácula. El ascenso de Harker a través del paso del Borgo para llegar al castillo y la cena con el conde son sencillamente antológicos.
Herzog recurre a la música de Wagner para crear una atmósfera onírica y surrealista, que realza los bellísimos paisajes del film, rodado en la ciudad de Delft con la estética del gran pintor Vermeer. Sencillamente, una maravilla.
El director alemán acierta a profundizar en el enigma de Drácula con sus dos caras: la del monstruo que asesina y extiende la peste por la ciudad y la del ser débil y enamoradizo que se destruye ante los encantos de la mujer de Harker. Esa ambigüedad del personaje es lo que le hace tan atractivo.
Stoker muestra en su novela como cualquiera puede sucumbir ante el mal, ya que el pecado y la perdición tienen en ocasiones un poder de atracción mayor que el del bien. Hay en nuestro corazón un fondo turbio que no podemos controlar y que puede ser manipulado por fuerzas tenebrosas, como le sucede a un Harker fascinado por el conde.
En última instancia, la figura del vampiro y de Drácula poseen connotaciones claramente sexuales en la medida en la que existe un juego de seducción de la víctima que se entrega al verdugo, que extrae su sangre y la somete a su voluntad en un ejercicio de sadomasoquismo.
Drácula seguirá fascinando la imaginación de los seres humanos durante generaciones porque nadie mejor que él representa ese carácter contagioso del mal que tan poco nos cuesta reconocer en nuestro mundo.
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