Tiempo recobrado
Excelso Händel
Es imposible describir con palabras los sentimientos que suscita «El Mesías» de Händel
![Pedro García Cuartango: Excelso Händel](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2020/12/22/cuartangoopi-U30894529206KXF--1200x630@abc.png)
El criado de Georg Friedrich Händel estaba lanzando pompas de jabón por la ventana cuando escuchó un estruendo en la habitación de al lado. Alarmado por el ruido, halló al maestro tendido en el suelo y sin sentido. En ese momento, llegó un amigo con ... una partitura. Corrió a la calle y encontró al doctor Jenkins, que se desplazó al piso de Brookstreet en un cabriolé. Era el 13 de abril de 1737.
El médico diagnosticó una apoplejía que le paralizaba medio cuerpo. Pronosticó que la curación de Händel sería un milagro. Y durante cuatro meses el compositor alemán permaneció paralizado en el lecho hasta que empezó a mejorar. Al fin pudo mover el brazo y viajó a Aquisgrán para tomar las aguas medicinales. A su vuelta compuso «Saúl» e «Israel en Egipto», dos de sus grandes oratorios.
Pero la suerte volvió a cambiar dos años después. Inglaterra estaba en guerra, la peste diezmó Londres, los teatros cerraron y el frío heló el Támesis en el invierno de 1740. Händel había contraído importantes deudas y sus acreedores llamaban a la puerta.
Según relata Stefan Zweig en «Momentos estelares de la humanidad», el gran compositor atravesó una crisis de creatividad que le sumió en una depresión. En este estado recibió un libreto de Charles Jennens, con el que había colaborado antes. Händel se enfadó y dejó el texto sobre una estantería hasta que un día decidió abrirlo.
Quedó impresionado al leerlo y, acto seguido, empezó a llorar. El Señor le había concedido una nueva oportunidad. Su palabra le llegaba al corazón a través del libreto de Jennens. Durante tres semanas, no salió de la habitación. No permitió que nadie le molestara. Dejaba casi intacta la comida que el criado introducía en la cámara. Y escribía febrilmente con su pluma sobre el papel.
El 14 de septiembre de 1741 la obra estaba terminada. Se desplomó sobre la cama y permaneció 24 horas durmiendo. El criado creyó que estaba muerto y avisó al médico. Al despertarse, Händel salió de la habitación con una partitura en la mano. Estaba eufórico, su semblante había cambiado. Lo que enseñaba era «El Mesías», su nuevo oratorio en honor del hijo de Dios. Ocho meses después, se estrenó en Dublín con un éxito apoteósico. El público lloraba.
Yo he sentido esa misma emoción al escuchar «El Mesías» en el Auditorio Nacional la pasada semana. Es imposible describir con palabras los sentimientos que suscita esta obra de Händel, que, a mi juicio, sólo es comparable con «La Pasión según San Mateo» de Bach. Las dos se sitúan en la cumbre de la historia de la música.
No sé si ambos estaban tocados por la inspiración divina o su genio provenía de un talento y un dominio asombroso de la técnica. Pero si el paraíso existe, debe ser lo más parecido a gozar de este oratorio de Händel con su Aleluyah y el in crescendo del Amén con el que concluye.
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