Ignacio Camacho
Parlamentarismo de fogueo
El último absurdo político español: un Parlamento dedicado a debatir leyes antes de formar un Gobierno para aplicarlas
El estado ideal de un Gobierno es el período en funciones . Al menos para los ciudadanos: el país continúa en marcha, los servicios públicos están garantizados por el presupuesto y no hay decisiones políticas arbitrarias que interfieran la actividad social porque la Administración carece de competencias para contraer nuevos gastos. El ejemplo de Bélgica es un clásico: estuvo así 500 días, con sus noches, y hasta bajó el paro. Para el propio Ejecutivo es una etapa de calma; sigue en el poder al trantrán y no sufre, por lo general, el hostigamiento de la oposición ni de la opinión pública. Un lapso precario de paz en el que las instituciones son inocuas.
Pero el Gabinete de Rajoy , tras un mandato achicharrante, ni siquiera va a disfrutar de esta propina de relajación transitoria. No sólo porque el conflicto catalán le obliga a permanecer con la guardia alta, presto para apurar sus márgenes de intervención en casos críticos, sino porque sus adversarios pretenden amargarle en el Congreso esas últimas semanas de interregno que se suelen dedicar a ordenar los papeles antes de apagar la luz. Vamos a asistir a un fenómeno insólito: un Parlamento dedicado a debatir leyes sin que exista Gobierno para aplicarlas.
En realidad, la batería legislativa presentada ayer por Podemos , Ciudadanos y el PSOE tiene otro objetivo, que es el de mantener abierta la campaña por si toca volver a las urnas en mayo. El conjunto de proyectos inscritos en el registro supondría, de resultar aprobado, una orgía presupuestaria incompatible con los techos oficiales de gasto. Y se trata sólo de la primera oleada; en las próximas semanas veremos peticiones de comparencias y tal vez solicitudes de comisiones de investigación. El propósito es abrasar al marianismo con una ofensiva política que lo desgaste y lo acorrale sin aliento contra las cuerdas del previsible ring electoral de la primavera.
El presidente había dado órdenes a sus ministros de aparcar sus planes de empleo y prepararse para una transición larga, pero es posible que no contase con un epílogo de bastonazos. La llamada nueva política no hace prisioneros; las Cortes se pueden convertir en un paredón de ejecuciones sumarísimas. Las brigadas de abogados del Estado acuarteladas en Moncloa tendrán que librar, cuando estaban a punto de dispersarse, una batalla de reglamentos para tratar de bloquear este parlamentarismo de fogueo.
Los españoles se pueden quedar atónitos ante esta creativa aportación del absurdo político. Unos partidos dispuestos a legislar en el vacío, sin ser capaces de ponerse de acuerdo para conformar una mayoría de Gobierno. Unas Cámaras constituidas sin referencias de poder pero elaborando normas para matar el tiempo. Y pronto, tal vez, una nueva convocatoria electoral que lo deje todo en suspenso. Los promotores de este dislate merecerían tener que aplicar todo lo que están proponiendo.
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