Nuestra historia

La República, todo lo contrario, se cuenta por semanas, y por finales grotescos, trágicos y derrotados. La primera trajo la restauración borbónica y la segunda también, aunque en 1939 necesitamos una guerra y una dictadura para librarnos del comunismo, de las checas, de las cunetas de la carretera de la Arrabassada y de asesinos como Indalecio Prieto, Lluís Companys y Largo Caballero, entre otros tantos de una lista interminable.

Los Reyes Juan Carlos y Sofía son el «Tu es Petrus» sobre el que España ha fundado su mayor era de libertad, paz y prosperidad, tal como Isabel Windsor es el esplendor del Imperio incluso a pesar del Brexit, y su sentido del deber y sus décadas de servicio son el espejo de altura moral en el que cualquier pueblo necesita mirarse para crecer fuerte, seguro y libre. Sin el Rey Felipe, Bélgica no sería ni un país. Los holandeses están encantados con el Rey Guillermo Alejandro, tal como lo estuvieron con la Reina Beatriz, su madre. Francia le cortó la cabeza a su Rey y llevan desde entonces arrepintiéndose. Todo en el París que amamos está preparado para que en cualquier momento entre el Rey. Si no esperas al Rey no construyes el Ritz ni L’Ambroisie.

Las dinastías son más fiables que las revoluciones y la genética da mejores resultados que el sufragio. Los reyes, entre los hombres y Dios, casi equidistantes, son estrellas polares que guían a sus pueblos hacia lo que realmente importa. Es lo que con tanto acierto supieron hacer Juan Carlos y Sofía, y es de brutos y de cabreros el trato que algunos les dispensaron al final de su reinado. Sólo la gratitud y el afecto pueden ser los sentimientos de un pueblo que no se ha vuelto del todo loco, ni del todo hortera, ante unos Reyes que nos han protegido la paz, la prosperidad y la libertad como nadie lo había hecho antes a lo largo de nuestra historia.