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El minifundio

Se busca la primera consecuencia positiva del fin del bipartidismo

Luis Ventoso

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Hasta el síncope de la crisis de 2008 , los grandes países europeos se mantuvieron más o menos fieles al tranquilo modelo bipartidista instaurado tras la posguerra: un robusto partido de centro-derecha, un fornido partido socialdemócrata y un pequeño partido bisagra, normalmente los liberales, que servían para apañar un Gobierno en caso de mayorías cortas. En España, Italia, Portugal y Francia se añadían al cóctel los comunistas, una triste excrecencia de la historia, aunque en realidad nada pintaban a la hora de gobernar.

La Europa unida y en paz se construyó bajo ese modelo de alternancia de una derecha y una izquierda civilizadas. También se levantó y se sostuvo el Estado del bienestar, se alcanzó una prosperidad sostenida y se logró derrotar a sanguinarias bandas terroristas (ETA, Brigadas Rojas, IRA, terroristas corsos, la Baader-Meinhof). La historia tiende a repetirse, porque las pulsiones humanas no cambian. Así que la crisis de 2008 provocó una reacción idéntica a la de 1929: un auge de los populismos mesiánicos, a los que se abrazan multitudes malheridas por los zarpazos de la economía. Se recurre a caudillos con soluciones sencillas que lo arreglan todo (Putin; o Trump, al que votaron en masa los blancos castigados por la globalización). Otros se abrazan al opio del nacionalismo en vena, al ensueño de protegerte acorazándote en tu terruño (el Brexit y el separatismo catalán). En algunos países retornan viejas pestes de antaño: los partidos filofascistas, o los neocomunistas, caso de España con Podemos y de Grecia con Syriza. Por último, los italianos, siempre un capítulo aparte, han llevado el desahogo al delirio y directamente votan al exabrupto colérico de un bufón, Beppe Grillo .

El CIS de ayer refleja que España ha abandonado las fincas políticas extensas y productivas del bipartidismo para abonarse al minifundio (PP, 24% del voto; Cs 22,4; PSOE, 22; Podemos, 16,6). Tal vez por ser gallego, nunca he acabado de captar las ventajas del minifundismo, que suele resultar poco rentable, bastante mezquino y nada cooperativo. Han pasado cuatro años desde la irrupción de Iglesias y Rivera, la flamante Nueva Política que nos iba a redimir. ¿Cuáles son los resultados prácticos de tal prodigio? El Congreso y las cámaras autonómicas legislan menos que nunca. Los «ayuntamientos de progreso» están paralizados y dedicados a las rencillas sectarias. Cuando se produjo la insurrección en Cataluña ; al final, mal que bien, fue el viejo Mariano quien detuvo el golpe (con el empujón inestimable del Rey). Entonces, ¿no ha traído nada la Nueva Política? Pues sí: encanallamiento del debate público, soluciones adanistas, analfabetismo numérico y toneladas de demagogia, con inflación de eslóganes simplones para problemas densos. También algunas cinturas políticas más elásticas que la de Messi: Ciudadanos, que pasa por ser un partido de centro-derecha y liberal, vota sistemáticamente a favor de las propuestas del PSOE en el Congreso, o en todo caso, se abstiene. Pero en este dicharachero mundo del minifundio tuitero nadie se fija en nada y crecer tres años por encima del 3% es una macanada comparado con el máster trucado de una politiquilla menor.

El minifundio

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