Horizonte
Lo mejor que nos podía ocurrir
La peor opción es que el Reino Unido nos mantenga a todos vagando sin rumbo durante otro año

No haya lugar a equívoco. Para quienes creemos en los beneficios de una Europa unida, construida sobre los fundamentos del Tratado de Roma y los posteriores tratados que nos llevaron al momento presente de la Unión, la abrumadora victoria de Boris Johnson en el proceso ... interno de los conservadores británicos para elegir un nuevo líder del partido, y con ello un nuevo primer ministro, es la menos mala de las opciones posibles. Y, con ello, lo mejor que nos podía ocurrir.
El Brexit es el resultado de la pésima gestión que ha hecho el Partido Conservador de un euroescepticismo fomentado por sectores nacionalistas de la formación. David Camerón convocó el referéndum del Brexit de forma frívola después de su éxito en Escocia con el referendo de la independencia de aquel reino del norte. Una independencia que no triunfó gracias al respaldo que el ex primer ministro laborista, el escocés Gordon Brown, dio a su sucesor. Pero a la hora de pronunciarse sobre el Brexit, el laborismo estaba dirigido por un izquierdista radical, Jeremy Corbyn, que no cree en una Europa unida que no sea una Europa marxista. Y con esos fundamentos dejó pasar la consulta sin pedir el voto abiertamente para la permanencia, y encantado de ver derrotado al partido del Gobierno al que a él le tocaba hacer oposición.
Desde entonces hemos vivido tres años en los que Theresa May ha intentado lograr un Brexit en los términos que fuera posible dentro de las reglas del derecho internacional. Pero ese no es un Brexit válido para el nuevo nacionalismo británico que ha envenenado al Partido Conservador. Y eso ha acabado con May.
Confieso que entre los candidatos que lucharon el pasado mes de junio por lograr pasar a la elección final por la jefatura conservadora, yo tenía especial simpatía por uno que conozco bien, Rory Stewart. Era un candidato aparentemente marginal, pero que llegó a la tercera vuelta del proceso electoral. Rory es un hombre del sistema, miembro del Gabinete como ministro de Desarrollo Internacional después de otros varios cargos como secretario de Estado; nacido en Hong Kong, hijo de un alto cargo del MI6, exalumno de Eton y de Balliol College, Oxford. Fue, además, preceptor de los hijos del Príncipe de Gales y en 2002 se entretuvo cruzando Afganistán andando en compañía de un perro que decidió seguirle por el camino. Y, a todo eso, añadamos que Rory creía que Europa tenía mucho que aportar, aunque no pensaba que fuera posible desoír el resultado del referendo. Los medios euroescépticos vieron una amenaza en él y lo crucificaron. Y probablemente eso haya sido lo mejor para Rory, para el Reino Unido y para Europa.
Si Boris Johnson, el más euroescéptico de todos, no se hubiera convertido ayer en primer ministro del Reino Unido, sobre quien ocupase hoy ese puesto caería permanentemente la acusación de que no era lo suficientemente radical. Eso ya no se le puede decir a Boris. Él es el campeón. Ahora tiene apenas cien días -que él mismo se marcó- para cumplir y ejecutar el Brexit. Que en ese plazo sólo puede conseguirse sin acuerdo. Porque el que se logró entre el Gobierno británico y la UE no puede renegociarse y ser ratificado por 27 Estados miembros en tres meses. Por tanto, el 31 de octubre tendremos un Brexit sin acuerdo -como anticipé el 15 de noviembre de 2018 en ABC.es que iba a ocurrir- o Boris verá desmoronarse el conservatismo, plagado de deserciones hacia el Partido del Brexit. Se admiten apuestas. Porque la peor opción es que el Reino Unido nos mantenga a todos vagando sin rumbo durante otro año.
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