Vidas ejemplares
La verdad de la subida de la luz
El Gobierno soslaya una clave: el bienintencionado ecologismo europeo se paga del bolsillo

En la política española los latiguillos doctrinarios priman sobre el estudio profundo. Esa frivolidad se ha exacerbado con la llegada al Gobierno del populismo de izquierda. Cuando mandaba el viejo Mariano, una de las denuncias predilectas de la oposición era la «pobreza energética», bandera que ... han arriado mediáticamente una vez que gobiernan ellos. Antaño, si el recibo subía era tan solo porque el diabólico PP mantenía una conjura con los dragones de las eléctricas para abrasar al humilde consumidor. «¡Acabaremos con la pobreza energética!». Aquella promesa se quedó al final en el prólogo del recibo más caro de la historia, el que sufrimos con el PSOE y Podemos.
El precio de la luz copa estos días las charlas y cafés. Esta vez el tópico es cierto: no se habla de otra cosa. Pero se puede hablar con ligereza o en serio. Los impuestos suponen un 57% del recibo español (los dos principales son el IVA, que este Gobierno ha bajado del 21% al 10% con mínimo alivio real; y el impuesto especial sobre electricidad, del 5,1%). Presentamos además algunas peculiaridades, como el famoso ‘déficit de tarifa’, que pagamos desde la era Aznar, o las primas a las renovables de Zapatero. A todo ello se suman los peajes del transporte y la distribución. Pero si el recibo se ha puesto por las nubes no es por culpa de Sánchez -aunque tampoco acierte a dar con la tecla para bajarlo-, sino por la fatal conjunción de dos factores externos: 1.- La tarifa que se paga por contaminar, que depende de la UE, se ha disparado de manera tremenda (y en verano las renovables aportan menos, por lo que hay que tirar de la energía sucia). 2.- El gas ha subido mucho este estío, porque han disminuido las reservas.
Lo que sí se le puede reprochar al «Gobierno progresista y ecologista» es que trate a los españoles como niños y les oculte la verdad: la bienintencionada y seguramente necesaria transición ecológica es una de las principales razones de los calambres que sufren los bolsillos de los ciudadanos. Mientras las gigantescas China (1.400 millones de habitantes) e India (1.366) siguen manchando a espuertas y sin cortarse, la UE (510 millones) es el alumno aplicado que quiere salvar al mundo y se ha fijado el objetivo de la plena descarbonización en 2050. Para tender a ello arrancó desde 2005 el mercado de las emisiones contaminantes. Pero desde 2019 la UE las ha encarecido muchísimo, a fin de desincentivar la energía sucia. Durante largo tiempo el precio por tonelada de CO2 emitido era de solo 5 euros. En diciembre de 2020 ya estaba en 35 y ahora se ha disparado a más de 58 euros. ¿Quién acaba apoquinando por esa imparable subida de los derechos de emisión? Pues es obvio: usted, yo, el de la peluquería, el del bar, el de la fábrica... Pero todo esto no se lo cuenta nuestro Gobierno al público, como tampoco que en la vecina Francia la luz es un 13% más barata por la sencilla razón de que han apostado por las nucleares (como también hace Bill Gates en su libro contra el cambio climático). Está bien intentar salvar el mundo. Pero con toda la información sobre la mesa.
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