Todo irá bien
Un día de lluvia

Me conmueve el resentimiento con que ha sido recibida la nueva comedia de Woody Allen por tantos comentaristas frustrados, infelices, que intentan disfrazar de rigor lo que no es más que asco, el asco con que viven su asco, y ya sólo les queda el ... cinismo y la maldad. Día de lluvia en Nueva York es una película agradable, bonita como la vida de los que hemos protegido la alegría, la generosidad y la esperanza en lugar de enroscarnos en la culpa ajena, en la rabia, y esa indemostrada superioridad moral -que en realidad no existe.
Esta película es una higiene. Sucede en grandes hoteles y en mansiones en las que sólo con verlas me quedaría a vivir sin pensar en nada más. Los apologetas de la cutrez esto no van a apreciarlo, porque para ellos el arte es un sucio tugurio donde se contagia la enfermedad; pero para mí, pasar un día de lluvia en Nueva York en el bar del Carlyle, del Plaza, del Pierre o del Wooster es una categoría artística en sí misma, y la que más puede interesarme. ¡Traedme champán!
Día de lluvia en Nueva York se hace cargo de la ternura en la lucha de cada cual por deshacer su nudo íntimo, y de fondo Manhattan todo lo cubre con su sedoso manto. El amor es dulce, la tentación inocente, nadie se queja y hemos traído nuestras vidas aquí, para contarlas. Es una película para personas aseadas, que viven en paz con sus fantasmas, y que no necesitan culpar al cine de su frustración, de su soledad ni de sus problemas mentales. Esto es básico: nunca hay pic-nics ni campings en las pelis de Woody Allen.
Me cae bien Woody Allen, me gustan sus hoteles, sus bares, sus restaurantes, y aunque casi siempre discrepo de sus conclusiones es un placer pasar cada año un par de horas entre sus paisajes y su música, y ese ritmo de la ciudad que él capta mejor que nadie y que es el ritmo del buen gusto, de la cultura, de la libertad, de los que no pensamos todo el rato en vengarnos ni en cobrarle al mundo la factura de nuestro terrible desgarro.
Me gusta Woody Allen, sus días de lluvia, sus ricos, sus casas, las comedias, las ciudades. Me conmueven los críticos, tan resentidos y ajados, que se presentan con sus tanques de mugre y bilis contra la maravilla: pero por el amor de Dios, ¿dónde vais?, ¿no os da reparo? Soy partidario de las mullidas moquetas, de los largos cortinajes y de que un poco de amor tontorrón y romántico me ayude a dormirte cada noche entre mis brazos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete