Juego de espejos

El maldito Jean Genet (1910-1986) consiguió literalmente la redención por medio de la literatura: tras una intensa campaña de artistas e intelectuales -Sartre, Cocteau, Picasso...- que pidieron clemencia para el maleante escritor condenado a cadena perpetua, fue indultado en 1948. Nunca olvidó sus años turbulentos este Dimas del hampa francesa transmutado en buen ladrón gracias a la escritura; de aquella época a salto de mata extrajo abundante material literario y, motivado por el recuerdo de los malos tiempos, siempre acercó el ascua de su corazón al frío de los desheredados.

La diferencia de perspectivas que experimentó a lo largo de su vida está en la raíz de su interés por la inversión de papeles, el travestismo del bien y el mal que late en el fondo de su obra para subrayar lo falso de muchas convenciones sociales y lo maleable y relativa que puede ser la interpretación de los preceptos morales. En su primera obra teatral, El balcón (1956), para cuya redacción utilizó sus experiencias en los prostíbulos barceloneses durante los años 30, las fantasías recurrentes de los clientes del lupanar donde transcurre la acción consisten en disfrazarse con los rostros del poder (religioso, judicial, militar); una simulación ceremonial, erótica y simbólica en la que el autor coloca, sobre la metáfora del teatro como espejo de la sociedad, una sucesión de espejos que multiplican los actos y añaden una inquietante brecha entre verdad y ficción en la que el público puede mirarse. Genet habló de esta pieza como una «glorificación de la imagen y el reflejo». Ángel Facio tiende sobre el escenario del Matadero este atroz juego de espejos para quien ose asomarse a él.