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Tribuna abierta

Juan no se acaba nunca

«Cueto educó la mirada de toda una generación que hasta entonces solo veía la vida en blanco y negro con los anteojos del abuelo, y pensaba que la televisión era un electrodoméstico»

José María Besteiro

Juan Cueto era un cruce muy sofisticado de McLuhan y Roland Barthes pasado por el Naranjo de Bulnes y el estadio de El Molinón, o sea un aldeano global. Como buen lector de Barnes sabía que el mundo cambia cuando juntas dos cosas que nunca ... habían estado cerca antes: la Ilustración con la informática, Supermán con los madreñas, Jovellanos con Alf, la vetusta ciudad con la metrópolis digital. Ahí residía el secreto de su fórmula. Su misma identidad era un cóctel explosivo. Parecía hijo de Blade Runner y de la Virgen de Covadonga, y, sin embargo, descendía de Leopoldo Alas «Clarín». Nunca sabías si era un francés de Oviedo, un inglés de Gijón o un nieto apócrifo de La Regenta. Todo esto lo hacía muy atractivo hasta para las revistas de moda, que lo reclamaban como modelo. Porque Juan era muchos personajes a la vez, una matriuska cuyas infinitas réplicas nunca se acababan de conocer del todo.

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