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El ángulo oscuro

El sombrero y la cabeza

El Dios en el que creo es Logos; y por lo tanto no puede pedirme que me quite la cabeza

Juan Manuel de Prada

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Afirmaba Chesterton que, para entrar en la iglesia, tenemos que quitarnos el sombrero, pero no la cabeza. Quitarse el sombrero puede ser, sin embargo, muy mortificante, si la iglesia carece de techumbre, o la tiene llena de goteras, no digamos si en ella anidan palomas ... cagonas. Pero mediante la mortificación el católico completa en su carne la Pasión de Cristo, como nos pedía San Pablo. Por mortificarme, he soportado humildemente misas que agreden rabiosamente mi sensibilidad artística y mis preferencias devotas, misas con cancioncitas grimosas que versionean a Simon & Garfunkel, misas con feligresas empoderadas que leen las epístolas trabucándose en cada frase, misas con curas petardos que trufan la liturgia de morcillitas cursis salidas de su caletre, misas con sermones perfumados de politiquerías delicuescentes. Y todas estas mortificaciones las he soportado porque creo que un católico debe ir a misa en su parroquia, aunque las misas que se pape lo dejen mohíno y rebozado de fealdad. Esta dolorosa conciencia de fealdad se hace todavía más lacerante al confrontarla con la conciencia de belleza que me han brindado las pocas misas tradicionales en las que he participado, donde me he reconocido como eslabón en la cadena de una tradición viva que ha inspirado a los más eminentes artistas.

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