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El sí de las niñas (hoy)
En mi juventud, el «sí» se necesitaba incluso para un casto beso en la mejilla

Hay que empezar sentando que la violencia machista existe y las más de mil mujeres asesinadas por sus parejas en España son la mejor prueba. Mientras los contados hombres que mueren a manos de ellas son la excepción que confirma la regla más que otra ... cosa. Las mujeres no nos pertenecen. Punto. Y si alguna desea abandonarnos, sus razones tendrá, pues aman la vida familiar más que nosotros. Pero creer que la «Ley de Libertad Sexual» que acaba de aprobar el Gobierno Sánchez-Iglesias acabará con esa lacra es soñar despierto. Lo que no impide que sea necesaria, aunque se quede corta.
Hace más de dos siglos, en 1805 exactamente, Leandro Fernández de Moratín estrenó una comedia que rompía con el teatro clásico español, de honor y celos, para crear el moderno. Su título era «El sí de las niñas». Curiosamente, el lema de la nueva ley es «Sí es sí» para indicar que sólo el asentimiento explícito del acto sexual autoriza el mismo. Pero Moratín no llegaba tan lejos: se contentaba con decir que a las jovencitas de entonces no podía imponérseles el matrimonio por razones de dinero, prestigio o familia, como sucedía a menudo. La trama no podía ser más vulgar: a Francisca (16 años) su madre, doña Irene, estaba empeñada en casarla con don Diego, un vejestorio de 59 años (tan pronto se envejecía entonces), que compensaba con un sólido patrimonio. La acción transcurría en una venta de Alcalá de Henares, donde van a conocerse ya que don Diego quiere evitar las habladurías y no hará el anuncio hasta que el matrimonio se haya consumado. Quien se presenta también es Carlos, un oficial de dragones del que Francisca está enamorada, advertido por ella. Pero no teman un drama de sangre: don Diego no es solo rico, sino también sabio, y es el primero en convencer a la madre de que los «jóvenes deben casarse con quienes aman». Un final más rosa no podía tenerlo ningún culebrón sudamericano.
El problema es que la realidad se parece poco a las comedias de Moratín y a los culebrones televisivos. En mi juventud, el «sí» se necesitaba incluso para un casto beso en la mejilla, e ir más lejos requería el compromiso matrimonial. Lo que la nueva ley exige es que la «víctima haya manifestado libremente por actos exteriores concluyentes e inequívocos conforme a las circunstancias concurrentes su voluntad expresa de participar». Sólo falta la grabación con el móvil del acto y del asentimiento. ¿De qué vamos, de agresión sexual o de pornografía? Y es que adentrados en un terreno tan escabrosos como pasional resulta difícil de regular y, más aún, de juzgar. Con el «acoso callejero» o piropo ocurre algo parecido, pues los hay de todo tipo, desde el «madrigal de urgencia» de d’Ors a la grosería. A Aline Romanones, que era muy alta, le gustaba contar que en el Madrid los años 40 solían preguntarla «Señorita, ¿necesita usted un bastón?». Y nunca se ofendió. Hoy es delito y puede costarle a uno entre uno y cuatro meses, más multa. Así que lo mejor, por si acaso, es abstenerse.
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