Diario de un optimista
El islam en singular no existe
«Si nos atenemos a la actualidad inmediata, ¿cómo no sorprendernos por el silencio de los musulmanes en torno al exterminio de los uigures de China? Esta falta de solidaridad suele tener explicaciones económicas»

Antes de los atentados perpetrados por Osama Bin Laden el 11 de septiembre de 2001, en Occidente se utilizaba poco el término islam. Se hablaba más bien de musulmanes en su diversidad o se designaba a esos musulmanes por su cultura de origen: marroquí, pakistaní, ... mauritano, etcétera. El que todos los musulmanes, en masa, puedan reunirse ahora bajo el único término de «islam» es, de hecho, una gran victoria de Bin Laden. Fue él quien persuadió a los occidentales, aunque no a todos los musulmanes, de que estaba librando una guerra contra el Occidente cristiano (y sionista) en nombre del islam y de que todos sus combatientes y asociados debían ser calificados de islamistas.
A raíz de los atentados de 2001, los cómplices y sucesores de Al Qaida han intentado recrear la unidad del islam en torno a un califato, como en tiempos de Mahoma y sus sucesores inmediatos, aunque sin éxito. En realidad, como explica en su obra el sociólogo argelino Mohammed Arkoun, el islam en sí mismo no existe; solo hay musulmanes. Cada uno de ellos puede entrar en contacto directo con Dios por intermediación del Corán, de modo que el islam, dice Arkoun, es lo que hacen de él los musulmanes. Naturalmente, cada musulmán practica su religión en función del contexto cultural en el que vive, lo que explica la enorme diversidad que encontramos en el islam al viajar a países musulmanes, como, por ejemplo, de Marruecos a Indonesia: algunos practican el culto a los santos locales, otros no; unos se organizan en comunidades en torno a un líder religioso, otros son totalmente individualistas. Una diversidad sin fin, reflejo de la complejidad cultural de los mundos donde viven los musulmanes.
Esta diversidad explica en gran medida la debilidad o falta de solidaridad entre los musulmanes, de una región a otra. Es sorprendente porque, si nos atenemos a las enseñanzas del Corán, se supone que todos los musulmanes pertenecen a una sola comunidad, la Umma. Quizá fuera así en tiempos del Profeta y de los primeros califas, hace mucho tiempo. Si nos atenemos a la actualidad inmediata, ¿cómo no sorprendernos por el silencio de los musulmanes en torno al exterminio de los uigures de China? ¿No son musulmanes y miembros de la Umma? Esta falta de solidaridad suele tener explicaciones económicas.
Turquía, donde se practica un islam similar al de los uigures, necesita financiación china. Del mismo modo, Arabia Saudí depende del capital chino para financiar la privatización de su industria petrolera. Si admitimos este determinismo económico, comprobamos que la Umma no tiene mucho peso en la conciencia de los gobernantes musulmanes, y tampoco entre los líderes religiosos, igualmente silenciosos, ni entre los fieles. Hay que pensar más bien que un musulmán saudí practica un islam distinto al de los uigures. Por otra parte, los saudíes consideran que solo su versión del islam es la buena y que las demás rozan la herejía.
Al haber utilizado yo mismo, en Riad, el término «islam wahabí» (que es como se designa en Occidente al islam saudí), casi me expulsan del país porque, según los saudíes solo existe un islam, el suyo. Llamarlo «wahabí» implicaría que hay varias versiones. Esto autoriza a los saudíes a masacrar a los yemeníes, que son chiíes: herejes y además apoyados por Irán, en nombre de un islam alternativo.
Al otro lado del mundo musulmán, en Indonesia, los líderes religiosos declaran de buen grado que los árabes practican un islam arcaico que es más árabe que musulmán. En el fondo, cada uno acusa al otro de herejía y de ser prisionero de su cultura más que del Corán. Si se puede aventurar una comparación con el mundo cristiano, el islam está más cerca del protestantismo en su falta de organización y diversidad que del catolicismo unificado por la Iglesia y el Papa. «Los musulmanes son protestantes», decía también Mohammed Arkoun. De hecho, entre una comunidad luterana sueca y un templo evangélico brasileño, la diferencia es tan notable como entre una mezquita javanesa y una comunidad senegalesa.
Una vez que hemos constatado que existe esta variedad de musulmanes, hay que admitir también la reciente aparición en el escenario mundial de un islam universal y aislado de cualquier cultura de origen. Este nuevo islam es moderno, en el sentido de que recluta a sus fieles principalmente entre los migrantes, los desarraigados. Moderno también porque se transmite menos por la cultura del Corán y la enseñanza de maestro a discípulo que por internet; a veces se le llama islam de los suburbios. Puede ser violento y es el semillero para el reclutamiento de los combatientes yihadistas.
¿Amenaza a Occidente este islam contemporáneo? Desde luego que sí, como atestiguan los atentados terroristas en Europa y Estados Unidos. Pero aún más, este islam de los suburbios amenaza a los musulmanes; por número, desde Nigeria hasta Siria pasando por Malasia, son las principales víctimas de las guerras locales libradas en nombre del islam.
Con todo, la verdadera resistencia al islamismo yihadista no debería proceder de los occidentales de tradición cristiana, sino de los auténticos musulmanes. Hasta ahora, se les oye poco. ¿Deberíamos imaginar un mundo donde los musulmanes serán barridos por el islam de los suburbios? Compadezcamos a los musulmanes y confiemos en que tomen conciencia.
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