Imposturas
RADICALES. El pasado domingo, por las páginas de ABC, cruzó brevemente la sombra de uno de los más tremendos impostores que me haya sido dado conocer: Martín María de Arrizubieta, presbítero. En un reportaje sobre el final del III Reich, se evocaba la figura de este «cura vasco fanático» que, desde las filas de la Legión Azul -un grupo de falangistas vascos incorporados a las SS- dirigió en el Berlín del Hundimiento una enloquecida campaña separatista, instando a Hitler a invadir España, deponer a Franco y conceder la independencia al País Vasco. El historiador gallego Xosé Manuel Núñez Seijas ha publicado en la Revista de Historia Social un excelente artículo -«Los últimos de Berlín»- sobre el puñado de combatientes de la División Azul que volvieron a Alemania tras la retirada del contingente español de la Wehrmacht, decididos a unir su suerte a la del Fuhrer. Entre los nazis letones, bielorrusos y ucranianos que defendieron la achicharrada capital germana, hubo un centenar de vascos vistiendo el uniforme de la calavera. Al frente de ellos, el capitán navarro Miguel Ezquerra, que se convirtió en Mikel Ezkerra en medio de la devastación apocalíptica, y, a su lado, el azulado Arrizubieta, cuyas maniobras nazi-abertzales sumieron en el estupor al embajador español, conde de Mayalde.
En Mundaca (Vizcaya), pueblo natal de Arrizubieta, habrán muerto ya los que podían recordarlo, a su retorno -cómo logró escapar de los rusos fue siempre un misterio-, paseando por la playa enfundado en fantasiosas guerreras azules, con pantalones de montar y botas de caña alta. El nazi Arrizubieta desapareció de Vizcaya poco después. Casi al mismo tiempo llegó a Córdoba un curita vasco, Martín María de Arrizubieta, que comenzó a ejercer de coadjutor en la parroquia de Santa Marina. Todavía son muchos los cordobeses que creen acordarse de que había sido desterrado del País Vasco por rojo. En la segunda parte de sus memorias, Carlos Castilla del Pino lo evoca sin excesiva simpatía. Arrizubieta merodeaba por los alrededores de la clandestinidad comunista, pero, según el ilustre psiquiatra y escritor, solía irse de la lengua con más frecuencia y desparpajo de lo aconsejable. En los años sesenta comenzó a visitar, prolongando gradualmente sus estancias, su tierra de origen, donde conservaba la casona de sus antepasados. Fue acogido amorosamente por los intelectuales del Partido Comunista de Euskadi, que lo consideraron desde entonces como uno de los suyos. En los artículos que Arrizubieta publicaba bajo seudónimo en las revistas clandestinas de dicho partido, como Arragoa («El Crisol») y otras, puede encontrarse ya la mezcla de estalinismo y aranismo que caracterizaría poco después a ETA.
El pasado 28 de enero, día mundial de conmemoración del Holocausto, Enric Marco, todavía presidente de la asociación Amical Mauthausen, tomó la palabra en el Congreso de los Diputados en nombre de las víctimas de los campos nazis de exterminio. Marco se explayó sobre los sufrimientos de los republicanos españoles cautivos de Hitler. Apenas mencionó (y lo hizo con desgana evidente) el verdadero genocidio. Uno de los representantes de la comunidad judía presentes en el acto tuvo una premonición luminosa: «Este individuo -comentó a la salida- jamás ha estado siquiera en un simple campo de concentración. Por cierto, ¿quién lo habrá invitado?». Cuestión esta última que, tras oír al presidente Rodríguez quejarse en Mauthausen de que la destrucción de los judíos de Europa hubiera ocultado la tragedia de los republicanos españoles («doblemente víctimas», llegó a afirmar con toda cachaza), ha dejado de ser un enigma.
Hay impostores e impostores. Tampoco han faltado entre los judíos falsas víctimas de los nazis (los casos del famoso psicoanalista Bruno Bettelheim o el de Binjamin Wilkomirski, tan parecido éste al de Marco, han suscitado una abundante literatura). De Martín María de Arrizubieta siempre sospeché que estaba loco. El artículo de Núñez Seijas lo confirma. No obstante, los últimos vascos de Berlín darían para una buena novela sobre la estupidez y el fanatismo, como la sobrecogedora Encuesta sobre un sable, de Magris, que trata de un episodio histórico no muy distinto. La de Enric Marco, no. Es picaresca calculadora y casposa. En los tiempos que corren, puro costumbrismo.
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