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Una raya en el agua

El lobo feroz

El señalamiento de los medios privados es un fetiche de la extrema izquierda, vieja enemiga de la libertad de prensa

Ignacio Camacho

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El Pablo Iglesias que más gusta a los suyos es el que echaba de menos una guillotina en la Puerta del Sol, el que pedía politizar el sufrimiento, el que decía emocionarse viendo cómo apaleaban a un guardia, el que veía en ETA la denuncia ... pionera del mito de la Transición, el que quería que el miedo cambiase de bando. El líder insurgente y cimarrón, el descamisado caudillo revolucionario, de ceño fruncido, discurso amenazador y puño en alto. Que no es que lo haya dejado de ser para convertirse en un moderado, porque ése es su verdadero talante aunque lo haya guardado en el armario para vestir americana y vivir en una villa protegida por escuadrones de agentes armados; simplemente procura imbuirse de un cierto aire institucional acorde con su actual cargo y airear la faceta de tribuno populista sólo de vez en cuando, en mítines electorales o en el fragor arriscado y vehemente de los debates parlamentarios. Él sabe que su fuerza está ahí, en la explotación del resentimiento, en la construcción de enemigos contra los que proyectar la rabia de los votantes cabreados. Quizá sea el único político español al que le da resultado sacar de paseo su perfil más antipático. Lo que además no le cuesta mucho trabajo; la impostura en su caso consiste en aparentar lo contrario.

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