Columnas sin fuste
Los filántropos
La eutanasia disfraza de compasión una forma escondida de misantropía

Miles de muertos en residencias, discriminación en las UCI, previsible reducción de la pensión y retraso en la jubilación. Y para colmo, la eutanasia. Qué alegría ser viejo en España.
Si se admite la eutanasia es, primero, porque no contraría los intereses del Estado. No ... hubo, sabido eso, el disimulo de un debate. Se da un trascendente paso cultural con cuatro tuits y el «semos liberales».
¿A quién desean evitar el dolor, para empezar? ¿Al moribundo o a sí mismos?
En «L’éclipse de la mort» se lo pregunta Robert Redeker y apunta directo al concepto eutanásico de dignidad: «Objeta pasiones subjetivas mediante un juego de manos retórico, plantea en la verdad objetiva un conjunto de representaciones angustiadas que torturan la mente de quienes asisten a la agonía de un familiar. Lo afectivo y apasionado se disfrazan de una objetividad casi científica».
Detrás de la filantropía de los partidarios de la eutanasia habría dos fenómenos que luchan por ocultar: la impotencia psicológica de quien no soporta presenciar el dolor ajeno, por un lado, y el odio estético, la repugnancia ante cierto estado del hombre, una forma de odio escondida detrás de la compasión. En definitiva, la misantropía.
El que mira sufrir sufre también y, caídas las grandes explicaciones que daban sentido a la negatividad del mundo, triunfa la eutanasia.
«Nuestro siglo ya no ama al hombre cuando está enfermo de muerte. Ya no lo admite. Somos incapaces de soportar la mirada de agonía. Ya no queremos que la muerte, la enfermedad, la agonía nos miren a los ojos. Vueltas hacia nosotros, sus miradas nos interrogan sobre la condición humana, penetran dolorosamente en nuestra intimidad psicológica empujándonos hacia los bordes de la reflexión metafísica. Eternos adolescentes adictos a la euforia permanente, humanos aturdidos pegados a las pantallas, solo sabemos evitar este enfrentamiento con la finitud, de ahí la aceptación actual de la eutanasia».
No llega porque seamos más humanos, llega porque ya no tenemos con qué explicar el dolor.
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