Hable sin miedo
La brecha que hay entre lo que pensamos y lo que decimos es cada vez más grande

El grito es un atavismo de sinceridad. No se puede chillar una impostura ni ser un hipócrita a voces porque la mentira siempre es taimada. Sin excepción. Por eso el clamor del futbolista del Betis Joaquín al entrar al vestuario cuando el Barcelona le metió ... el quinto gol al Sevilla en la Copa del Rey fue un arrebato de pureza a pesar incluso de su pátina soez. «¡A mamarla!». Este alarido, que en los últimos días ha tenido más trascendencia que el de Munch, simboliza el estado de coacción en el que vivimos. La tiranía de la corrección política ha obligado incluso a los futbolistas a ejercer de actores ante los micrófonos y mentir con profesionalidad. Joaquín acababa de decirle a los medios que su eterno rival es un gran equipo, que estaba haciendo un buen papel, que patatín y que patatán. Pero en cuanto se liberó del escenario público y pudo refugiarse en su guarida resumió su verdadero sentimiento en apenas dos palabras. Y resulta que ahora esto es un escándalo.
Lo divertido del asunto es que, paradójicamente, los que critican la libertad del jugador para expresarse se aferran a la libertad de información para difundir un comentario realizado en la intimidad. Y lo preocupante, que es lo que de verdad merece la pena reflexionar, es que esta anécdota demuestra que la brecha entre lo que la gente piensa de verdad en España y lo que dice es cada vez más grande. Hay miedo a opinar en público que Pedro Sánchez es un mindundi que no se atreve a reconocer a Guaidó en Venezuela porque Podemos lo tiene cogido por la taleguilla. Hay pavor a decir que Tezanos hace las encuestas del CIS con el teléfono de la esperanza. Nadie se atreve a calificar el lenguaje inclusivo feminista como una mamarrachada... Pero en casa, con el cerrojo echado y la estufa puesta, son millones las personas que asienten cuando por la televisión sale alguien defendiendo alguna de estas posturas. En estos momentos hay dos Españas que no tienen nada que ver con las guerracivilistas: una España en privado y otra en público. Por eso, aunque haya sido robado, el grito de Joaquín es tan progresista. Porque es un grito de libertad frente a tantísima farsa. Él quería que el Sevilla perdiera, como cualquier bético -y aquí me incluyo, para no llamar a engaño a nadie-, pero no pudo expresarlo en toda su plenitud hasta que no se sintió protegido de la opinión pública. Es decir, estaba coartado ante los micrófonos, interpretando un papel fraudulento.
¿Quién no se ha sentido así alguna vez? ¿Quién de ustedes no han borrado por miedo en alguna ocasión un mensaje que iba a publicar en las redes sociales? España no es un país exactamente libre, sino más bien disfrazado de libertad. Porque el imperio moral de los buenistas actúa como una policía del pensamiento que nos cohíbe. Pero el voto es secreto, gracias a Dios, y ahí es donde está la madre del cordero. De ahí nacen partidos como Vox, de la inmensa hartura de muchos españoles que hoy envidian a Joaquín y están deseando proclamar con toda vulgaridad, pero sin cadenas, su grito de evasión.
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