Guerra a la desinformación
«La imposición de un “ministerio de la verdad” es el tipo de solución que nuestros rivales autoritarios adoptarían»

Las democracias occidentales han aprendido sus lecciones sobre la desinformación extranjera de la manera más difícil: ignorando el problema hasta que este nos ha golpeado con fuerza. Durante años, algunos países europeos, especialmente las repúblicas bálticas, han estado luchando y advirtiendo al resto de Occidente ... contra la desinformación del Kremlin. Pero Occidente ignoró la capacidad de esos actores extranjeros para difundir desinformación en redes sociales hasta que una campaña de desinformación patrocinada por el Kremlin trató de influir en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, algo que luego se repitió en Gran Bretaña, Cataluña y Francia. Hoy en día las noticias falsas pueden lograr una difusión masiva en las redes sociales, rápidamente y con bajo coste. No hay nada novedoso en que Moscú se aproveche de una serie de «necios útiles» en cada país para propagar su propaganda; la diferencia hoy en día es que a través de internet puede captar a tales agentes a miles. Los trolls que operan desde la Agencia de Investigación de Internet, financiada por el Kremlin, fingen ser estadounidenses o europeos, y los robots o cuentas automatizadas ubicados en Rusia amplifican su influencia, distorsionando el debate público.
Las plataformas de redes sociales negaban hasta hace poco que existiera un problema, facilitando una plataforma libre para esas identidades falsas. Gracias a su capacidad de seleccionar con precisión a los usuarios a los que se sirven anuncios, las empresas de redes sociales han hecho posible, incluso fácil, que los actores maliciosos dirijan su desinformación a aquellos más dispuestos a aceptarla. El Kremlin fue pionero en las oscuras artes de la desinformación en internet, pero los chinos, los iraníes, los norcoreanos y otros están aprendiendo rápido. La desinformación es uno de los desafíos de primer nivel a los que se enfrenta el mundo democrático. Pero podemos hacer algo al respecto.
Primero, debemos pasar a la acción, dándonos cuenta de que sí se pueden tomar medidas. Es cierto que los desarrollos más importantes de la prensa, como la aparición de la imprenta, los periódicos de circulación masiva, la radio y la televisión, han llevado a periodos iniciales en que ha florecido su abuso. Pero con el tiempo, la evolución de las normas sociales, la discriminación individual y la regulación han mitigado (aunque nunca han eliminado) los peores problemas de estas tecnologías. Segundo, debemos combatir la desinformación mientras preservamos la libertad de expresión. La imposición de un «ministerio de la verdad» es el tipo de solución que nuestros rivales autoritarios adoptarían. Como aprendimos durante la Guerra Fría, no debemos imitarlos mientras luchamos contra ellos. Actuando dentro de nuestras normas, tenemos muchas opciones:
-La UE y Estados Unidos podrían establecer y hacer cumplir los estándares de transparencia y autenticidad. Un grupo de Facebook que se llame a sí mismo «Hijos preocupados de Texas» pero que, de hecho, haya sido creado y administrado desde una fábrica de trolls de San Petersburgo debe ser etiquetado o eliminado con precisión. Las empresas de redes sociales mantienen que ya están filtrando los grupos por autenticidad, aunque su promesa debe ser verificada.
-Los anunciantes en internet, tanto relacionados con campañas electorales como con problemas más generales, deben ser identificados con precisión, incluidas las empresas matrices o los patrocinadores.
-Los bots no tienen libertad de expresión y deberían ser regulados o eliminados de forma masiva. Esto puede interferir con la comercialización nacional, pero los límites en el discurso comercial tienden a ser amplios.
-Los grupos de la sociedad civil en contra de la desinformación, como los Elfos Bálticos, Stop Fake, de Ucrania, y el Laboratorio Forense Digital del Atlantic Council deben recibir los recursos y el apoyo necesarios para hacer su trabajo, así como el grupo de trabajo de la Unión Europea StratCom.
-Yendo más lejos, las compañías de redes sociales deberían rediseñar sus algoritmos para marginar el contenido sensacional pero débil, especialmente el que se origina en los medios rusos RT y Sputnik.
-Deben establecerse límites para compartir datos personales, especialmente el historial de usuarios, que revela intereses personales. Al compartir esta información, las compañías de redes sociales pueden convertirse sin querer en guías para los servicios de inteligencia rusos.
Es posible que estos y otros pasos no eliminen la desinformación, pero podrían contenerla, con la esperanza de que, con el tiempo, aumente la resistencia de la sociedad, incluida la capacidad de los individuos para ser consciente del contenido en internet. Si bien los Estados Unidos han tardado en abordar la desinformación, la UE ha dado pasos importantes durante el año pasado, incluida la creación de un código de prácticas con las principales compañías de redes sociales y un plan de acción para identificar las campañas de desinformación de Rusia antes de las elecciones parlamentarias europeas de mayo. Los buenos objetivos de la UE deben dar paso a acciones y las democracias deben unirse ante este problema. La comunidad democrática, con EE.UU. y la UE en su corazón, deben dotarse de normas para combatir la desinformación y luego presionar a las redes sociales para que pasen también a la acción.
Alina Poliakova es investigadora de la Brookings Institution y Daniel Fried es investigador sobre Europa en el Atlantic Council
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete