Gran entusiasmo (y 2)
¿Es cabal crear cuatro ministerios para solo dos años?
Continuemos con nuestra modestísima -y probablemente errada- meditación sobre el Gobierno de Sánchez, ensalzado a coro como un plantel que haría palidecer al Ejecutivo de leyenda que conformaron Churchill y el laborista Attlee contra Hitler; o al de De Gaulle y Pompidou, que devolvió la «grandeur» a Francia; o al del New Deal de Roosevelt y Wallace. Respetando el catecismo de lo políticamente correcto, jamás osaré a escribir que Carmen Calvo dista de parecerme una lumbrera política, que Margarita Robles arrastra una inquietante propensión sectaria, que el astronauta y el de Ana Rosa son solo dos notas de color para vender un Gobierno «guay»; que las puertas giratorias que convierten a jueces estrella en ministros suponen una bofetada a Montesquieu y que algunas de las flamantes ministras son apparatchiks clásicas del PSOE autonómico, incluso de escuelas tan vidriosas como la Junta de Chaves. Omitiré todo lo anterior, porque toca proclamar que estamos ante «un Gobierno brillante», el mantra de la semana, casi más pegajoso que la palabra «evento» (últimamente a tomarse una Fanta con seis amigos le llamamos «un evento»). Pero lo que sí me atrevo es a plantear una pregunta inocentona, de provinciano mirado con la pasta: ¿Es cabal crear cuatro nuevos ministerios para una legislatura que, como mucho, va durar solo dos años?
Sánchez ha recuperado el Ministerio de Cultura, lo cual tiene todo el sentido. Fue un error de Rajoy abolirlo, cuando España es el país que posee el petróleo del idioma español y cuando la lucha contra los separatistas es en gran medida una liza de matriz cultural. Pero Sánchez ha añadido tres ministerios más: Transición Ecológica, Igualdad, y Ciencia y Universidad. Y los ministerios -oh sorpresa- resulta que presentan un problemilla: no habitan en la nube de Apple. Necesitan funcionarios asignados a ellos, edificios para acoger a ese personal, delegaciones en todas las comunidades, aparataje informático, partidas presupuestarias, coches oficiales a tutiplén y asesores a porrillo, pues nada gusta más a nuestro progresismo que una buena corte asesoril para acomodar al respetable afín.
Crear ministerios superfluos, con funciones que podrían haberse ejercido perfectamente desde los que ya existían, supone añadir un enorme estrés a la Administración del Estado y disparar sus gastos solo para que Sánchez se pegue el gustazo de quedar de original y chachi, pagándose así su precampaña electoral a costa de nuestros impuestos. Porque no deberíamos olvidar lo mollar, lo que se está tratando de opacar mediante esta ingeniosa operación de marketing: Sánchez no ha ganado las elecciones, de hecho fue barrido en las urnas dos veces. Y me apostaría una percebada, regada con fino godello de Valdeorras, a que en los próximos comicios sumará algún escaño más, pero tampoco ganará (por eso no convoca las elecciones que debe a la ciudadanía). El electorado detecta la incoherencia y hay cosas que no despegan ni con un astronauta a bordo. Por ejemplo: lo primero que ha hecho el apóstol del federalismo ha sido… añadir más carcasa al Estado.
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