Genocidio en Camboya
El más impecable genocidio del impecablemente genocida siglo XX
![Genocidio en Camboya](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2018/11/19/camboya-kHQG--1248x698@abc.jpg)
De Camboya, no conozco más que Angkor. Que no es Camboya. Por fortuna. Que es un protectorado internacional, a cuyo abrigo se encomienda el mayor complejo de arquitectura religiosa del planeta. Tal vez, el más bello. Sin duda, el de historia más fascinante. Yo ... supe de su existencia, a los diecisiete años, leyendo a André Malraux. Y me pasé el resto de mi vida soñando con visitarlo. Lo conseguí hace un decenio. Era infinitamente más de todo cuanto yo había imaginado.
Hasta 1861 era una selva. Nada más que eso. Lo que fue durante cuatro siglos. La euforia colonial de final del XIX llevó a explorar aquellos poco accesibles parajes de la Cochinchina francesa. Y, de pronto, el milagro: bajo lo más frondoso de la jungla, empezaron a aparecer, no ruinas, templos intactos de dimensiones colosales. Simbiotizados con el esplendor de una vegetación incontenible, columnas y troncos, metopas pétreas y proliferantes ramas, geométricos basamentos y colosales raíces, eran indistinguibles. Angkor Wat surgió de aquella exuberancia que lo había devorado. A lo largo de un siglo y medio han ido siendo despejados otros templos del complejo que fuera tragado, a partir del siglo XVI, por esa indiferente naturaleza, a la cual, decía Leopardi «tanto da la semilla del hombre cuanto la de la hormiga».
Camboya, mientras tanto, fue navegando su historia triste. Que es la del más impecable genocidio del impecablemente genocida siglo XX. En términos porcentuales, no ha habido nada que sea comparable al exterminio que se apropió del país tras la toma de Phnom Pen por los guerrilleros de Kieu Samphan en 1975. Nunca, probablemente, podrán ser fijados los datos exactos de aquella fábrica masiva de muerte que Samphan y Pol Pot pusieron en funcionamiento. Los datos del centro de estudios camboyanos de la Universidad de Yale parecen los más mesurados: 1,7 millones de muertos. En cuatro años. Lo cual se corresponde con el 21% de la población de Camboya. Sin más distinción que la de priorizar a aquellos que supieran leer y escribir: esto es, a aquellos que estaban más «contaminados» por la cultura burguesa. No hay nada comparable a un proyecto así. Ni siquiera en nuestro eficientísimamente letal siglo XX.
Cuarenta años han pasado. La mayor parte de quienes planificaron y ejecutaron esa carnicería han quedado sin castigo. Y sólo en este 16 de noviembre de 2018, la sentencia de genocidio ha caído sobre los hoy nonagenarios asesinos, que un día se soñaron ángeles exterminadores, guardianes del paraíso.
Yo no visité Camboya. No soy lo bastante fuerte para eso. Angkor, patrimonio de la humanidad primorosamente protegido, en poco se parece a la real Kampuchea. Y, sin embargo, en los alrededores de los templos, bandas de niños, horriblemente amputados, revoloteaban en torno al turista exhibiendo sus desdichas: las bombas de fragmentación, que en la selva sembraron su semilla hace medio siglo, siguen viendo germinar su cosecha de muerte. A las puertas de la más alta belleza.
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