Cambio de guardia
Theodorakis en la Mutualité
Fue fiel a sus convicciones. Incluso cuando esa fidelidad le exigió dejar de serlo a sus apuestas políticas
![Gabriel Albiac: Theodorakis en la Mutualité](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2021/09/09/abccc-U30894529206tYC--1200x630@abc.png)
Los exiliados griegos en París eran tumultuosos, vociferantes. Y exuberantemente sentimentales. Fue lo primero que me vino a los ojos -y antes aún a los oídos- al entrar aquella noche en la Mutualité: lugar legendario de mítines y de conciertos. Octubre o noviembre del 72. ... Yo acababa de instalarme en París. Tenía 22 años.
La entrada del maestro desencadenó un rugido. De entusiasmo y de rabia. Theodorakis acababa de ser liberado del campo de concentración de Oropos. Arrancado a la dictadura de los coroneles por una campaña que agrupó a lo mejor de los escritores, músicos y artistas de todo el mundo: sin distinción de creencia ni ideología. No era su primera prisión. La biografía de Mikis Theodorakis, que murió con 96 años hace cuatro días, está tan repleta de cárceles cuanto de música. Detenido y torturado por los ocupantes nazis a los diecisiete años, en 1942. Torturado y transferido a diversos campos durante la guerra civil, que siguió en Grecia al fin de la segunda guerra mundial. Nuevamente encarcelado por la dictadura militar de los Coroneles en 1967. Hasta dar con sus huesos en el más duro de los presidios griegos: ese Oropos que evoca alguna de sus canciones.
Aquel del 72, en la Mutualité, era más que un concierto. París se había ido convirtiendo, por aquellos años, en la capital del exilio heleno. Como lo había sido antes de casi todos los exilios europeos. Lo acompañaba una pequeña orquesta de instrumentos populares y una joven ‘mezzo’ portentosa: María Farantoúri. Fue su intérprete privilegiada durante muchos años. Nadie después ha cantado las obras de Theodorakis con aquella suprema mezcla de pasión y delicadeza. Queda en mí, medio siglo luego, la emoción de una breve tonada, sobre las soñolientas notas que iba marcando un ‘buzuki’.
Supe -pero eso fue después- que la canción llevaba el bíblico nombre de ‘Asma Asmaton’ (Cantar de los Cantares), y que abría el ‘Oratorio de Mauthausen’, con el que el compositor quiso evocar, en 1966, a las mujeres asesinadas en los campos nazis. Busqué su letra. El amante pregunta por su amada a las que vuelven: muchachas de Mauthausen, muchachas de Dachau, Auschwitz, Bergen-Belsen: «Estaba tan bella mi amor/ con su vestido de diario/ y unas horquillas en el pelo...». Le responden: «La vimos en un largo viaje./ No tenía ya su vestido,/ ni siquiera una horquilla sujetaba sus cabellos./ La vimos en la plaza helada,/ con un número tatuado en su blanca mano,/ con una estrella amarilla en el corazón».
Theodorakis fue inconmoviblemente fiel a sus convicciones. Incluso cuando esa fidelidad le exigió dejar de serlo a sus apuestas políticas. Desvelado el horror soviético, devolvió su carnet del Partido Comunista. Y siguió batallando por una libertad que tantos de los viejos amigos no entendían. Se quedó solo. Su música lo unía al pueblo griego.
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