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Tribuna abierta

Lecciones del Covid en Seguridad y Defensa

Fernando García Sánchez

Vamos a cumplir un año de estado de alarma, casi continuado, como herramienta para luchar contra la covid, implicando el recorte de derechos individuales, de una forma y con unas formas que podría considerarse desmesurada y encubridora de la impotencia ante la imprevisión.

Parece que la tormenta amaina y es un buen momento para extraer lecciones de la gestión de la crisis sanitaria, social y económica que puedan aplicarse a otros campos, en este caso a la Seguridad y Defensa.

La covid ha sido un “test de stress” a nuestra sociedad y creo que la principal lección identificada es la importancia de la seguridad humana, su necesidad y exigencia por parte de nuestra sociedad y la importancia de la palabra “previsión”.

Previsión que obliga a consolidar las políticas y estrategias con planes de acción, “facta non verba”.

Es caro preparar un sistema sanitario para reaccionar contra una pandemia, pero es más caro sufrirla sin estar preparado.

“La primera pandemia del siglo XXI [2003], el Síndrome Respiratorio Agudo Grave con 8000 casos en tres meses en 26 países y el riesgo de pandemia por el virus A/H5N1, de alta letalidad hicieron que los miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) firmaran un nuevo Reglamento Sanitario Internacional con el propósito de “prevenir, proteger, controlar y dar una respuesta de salud pública a la diseminación internacional de enfermedades de manera eficaz y adaptada a los riesgos evitando interferencias innecesarias con el tráfico y comercio internacional”1.

Estas decisiones se tomaban en el año 2003. En el 2015, el objetivo de desarrollo sostenible, (ODS) número 3 de la Agenda 2030, de las Naciones Unidas: “Garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades”, establece, entre sus diferentes tareas: “reforzar las capacidades de alerta temprana, gestión y reducción de riesgos para la salud”.

Esta tarea impulsó la “puesta en marcha” de las capacidades previstas en el Reglamento Sanitario Internacional, como el desarrollo de una Red Global de Alerta y Respuesta ante Epidemias, los Equipos Médicos de Emergencias, un fondo de contingencias… pero, ante la covid, se han mostrado insuficientes o existentes sólo en las declaraciones de intenciones.

Parece que el tiempo de los alardes, las narrativas vacías y la propaganda engañosa debe pasar; y esta podría ser la principal lección identificada (¡ojalá! sea aprendida) de la crisis del covid.

Pasando a nuestro sistema nacional de seguridad, integrado y definido en nuestra estrategia nacional, donde la defensa tiene un papel protagonista, estamos en un bucle similar.

La defensa es cara, pero las crisis sin capacidades militares pueden salir mucho más caras.

Unas Fuerzas Armadas que no sean sostenibles, es decir, huecas y como floreros, pueden provocar, en caso de crisis, situaciones ineficientes conceptualmente similares a las provocadas por la covid: “impotencia por imprevisión”.

Para hacer sostenibles nuestras Fuerzas Armadas necesitamos desarrollar, al hilo de la estrategia nacional, una profunda revisión de la necesidad y prioridad de nuestras capacidades militares, de la organización que debe proveerlas, de la formación (calidad) y dotación (cantidad) de nuestras plantillas y de la financiación, coherente con los anteriores objetivos, que nos comprometemos a empeñar en nuestra defensa militar.

Capacidades que no se refieren sólo a elementos materiales, en ocasiones estos no son los más importantes, sino que deben recoger los aspectos relacionados con el material, la infraestructura, los recursos humanos, el adiestramiento, la doctrina, la organización y la interoperabilidad.

Se trata de responder a la pregunta ¿qué necesitamos desarrollar o reforzar para mejorar nuestra seguridad?

Hablamos de: potenciar nuestros valores, mejorar la cultura de Seguridad, desarrollar programas educativos sobre seguridad nacional, poner en marcha un Servicio Nacional Universal entroncado en Europa, desarrollar programas de liderazgo estratégico para la cúpula militar y altos funcionarios, crear la figura del Consejero de Seguridad Nacional, modernizar y mejorar la formación de los militares, poner en función sistemas de información, mando y control integrados en los niveles operacional, estratégico y político, desarrollar sistemas (terrestres, aéreos, buques y unidades) abiertos e integrados en red, aumentar la inversión en sensores de inteligencia y capacidades de operaciones especiales (indicadores de alerta), ir a vehículos aéreos, de superficie y submarinos de control remoto, afinar el sistema logístico para asegurar la sostenibilidad de la Fuerza, aumentar la inversión en armas estratégicas, inteligencia militar y ciberdefensa, redefinir la arquitectura de la Fuerza…

Para conducir este proceso de transformación, es imprescindible desarrollar una ley de programación y financiación de la defensa que enlace nuestros objetivos políticos, con nuestra estrategia y nuestros planes de acción en la dinámica: “prevención, influencia (disuasión), negociación, acción, más negociación”.

Esta transformación continua, integrada, apoyada y coordinada con nuestros aliados y con nuestros compromisos dentro y fuera de las alianzas sería el mejor seguro para las futuras generaciones en este mundo incierto, cambiante e interconectado que estamos, ya, viviendo.

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Fernando García Sánchez es Almirante (Ret)

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