La alberca
El estiércol de la rosa
Ninguna flor, ni la de del PSOE, sobrevive a un exceso de abono como el de los socios de Sánchez

Da miedo el canto del faisán tras saber que come serpientes. Hay hoy marmolistas de toda España tallando en una lápida este haiku de Matsuo Basho. El pájaro Sánchez nos tiene en un pío tras haber digerido todas las víboras de la península a cambio ... de grietas abisales en la tierra que nos sepultará. Su socio Iglesias, el que se compró un chalé con chimenea para poder quemar la Constitución y observar las llamas desde su mecedora ideológica -ahora aquí, ahora allá- lleva meses arengándonos sobre el verdadero patriotismo: la sanidad, la justicia, la educación (se le olvida siempre añadir que todo bajo su dirección), frente a la tierra nativa, más nuestra cuanto más lejana, que decía Cernuda. La neolengua podemita ha fagocitado a la socialdemocracia española con un poderoso glosario de ardides oratorios y trampantojos dialécticos que ha oxidado toda la ferralla del sistema. La izquierda ha renunciado a los violines para componer su música, que ahora es electrónica. Todo lo hace la máquina de los votos. Sube el «rever» en Cataluña, baja los agudos en el País Vasco, dale volumen a Teruel. Cualquier cosa, por muy vejatoria que sea, para que Sánchez pueda trinar.
Hoy comienza una etapa triste para quienes hemos luchado contra las serpientes nacionalistas. Yo no he conocido, gracias a Dios, otro régimen que la democracia. Y siento hoy la amargura de la traición por parte de un PSOE con las entrañas envenenadas de tanto tragar culebras, un partido mercenario que, a pesar de todos los esfuerzos que está haciendo, no va a sobrevivir a España. Este PSOE que ha vendido por un sillón la historia de su país, que ha manoseado las instituciones del Estado para pagar el secuestro territorial de ERC, que se ha arrodillado ante sus propias ideas progresistas para reconocer al PNV su supuesta superioridad identitaria, que se ha abrazado al comunismo bolivariano del que huyó Felipe González en Suresnes para atornillarse al poder, este PSOE que ha perdido sus dos últimas letras porque ya no es obrero ni es español, el PSOE de Sánchez es el del gorjeo de la agonía. Tiene la muerte en la cara.
El comandante de propaganda del nuevo frente popular ha trazado una estrategia hábil que nos tiene a todos los que creemos en España tiritando en un rincón. Quien se atreva a sacar la cabeza del agujero es inmediatamente lapidado como un facha. Ellos son la igualdad, el progreso, la justicia, la verdad, el feminismo... Son la idea. La salvación. Porque ninguna de sus propias afrentas a los valores que se han apropiado a la fuerza sirve para enervar su posición de supremacía. El sanchismo es infalible. No se equivoca nunca. Es la transparencia pura a pesar de que su líder anuncia sus acuerdos en salas vetadas a los periodistas, no da ruedas de prensa, no admite preguntas, su palabra es sacrosanta. Es la razón suprema de la democracia pese a que ha cambiado las reglas históricas del partido para callar a los barones y laminar a los críticos. Pedro Sánchez da miedo. «Qué tranquilo se ve en la cuadra el caballo que mató a su jinete», dice otro aforismo.
Pero cabalgaremos. España es una idea superior a todas las que enarbola el Gobierno que se nos viene. La tranquilidad de Sánchez mientras envenena su propia tierra es sólo una consecuencia de su inconsciencia. Su canto de faisán empachado de áspides es hoy sólo el epitafio de la rosa socialista. Porque él es el único que no se ha enterado de que las plantas nobles se intoxican con los excesos de mierda y que la flor que tiene en el culo se marchitará corrompida en este estercolero.
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