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La alberca

El estiércol de la rosa

Ninguna flor, ni la de del PSOE, sobrevive a un exceso de abono como el de los socios de Sánchez

Alberto García Reyes

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Da miedo el canto del faisán tras saber que come serpientes. Hay hoy marmolistas de toda España tallando en una lápida este haiku de Matsuo Basho. El pájaro Sánchez nos tiene en un pío tras haber digerido todas las víboras de la península a cambio ... de grietas abisales en la tierra que nos sepultará. Su socio Iglesias, el que se compró un chalé con chimenea para poder quemar la Constitución y observar las llamas desde su mecedora ideológica -ahora aquí, ahora allá- lleva meses arengándonos sobre el verdadero patriotismo: la sanidad, la justicia, la educación (se le olvida siempre añadir que todo bajo su dirección), frente a la tierra nativa, más nuestra cuanto más lejana, que decía Cernuda. La neolengua podemita ha fagocitado a la socialdemocracia española con un poderoso glosario de ardides oratorios y trampantojos dialécticos que ha oxidado toda la ferralla del sistema. La izquierda ha renunciado a los violines para componer su música, que ahora es electrónica. Todo lo hace la máquina de los votos. Sube el «rever» en Cataluña, baja los agudos en el País Vasco, dale volumen a Teruel. Cualquier cosa, por muy vejatoria que sea, para que Sánchez pueda trinar.

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