Proverbios morales
Esperpentos
Para deformar la Historia con arte hay que tener la genialidad de Valle Inclán
![Esperpentos](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2019/11/03/1412318807-koqF--1200x630@abc.jpg)
Como hace tiempo escribí una biografía de Unamuno, la gente me pregunta por «Mientras dure la guerra», la película de Alejandro Amenábar. Por fin, harto de explicar por qué no voy al cine, decidí verla este jueves pasado, en sesión de tarde. Salí de la ... sala con sensación de mosqueo. Para aclarar ideas entré en una sidrería vintage aledaña, falsamente guipuzcoana, donde, mientras consumía un pincho de bonito del norte, fui abordado por un nativo de Zumárraga que me dijo: «Todos los de por allí acabamos en los mismos sitios». Luego, recordando que Unamuno era también de por allí, lo mismo que Amenábar, concluí que sí, que los vascos existimos para terminar de una u otra manera en el Festival de San Sebastián.
Un aparente acierto de la película es, precisamente, la escasez de referencias a lo vasco. De hecho, la más chirriante es una desesperada reclamación unamuniana de su chapela, voz eusquérica que me cuesta reconocer en los bilbaínos de la generación de Unamuno, incluso entre los nacionalistas. Después, sí, la palabra se generalizó. Ahora bien, ni Unamuno, ni Indalecio Prieto ni mis abuelos, usuarios habituales de la boina, se referían a dicha prenda, hablando en castellano, con un término que consideraban propio del jebo, del aldeano. O sea, del carlista.
Se trata de un detalle mínimo, pero no insignificante, porque inaugura un deslizamiento hacia la ficción que podrá ser todo lo legítimo que se quiera (nadie pone en cuestión la libertad de directores y guionistas a la hora de adaptar acontecimientos históricos a la pantalla) pero que no debe confundirse con la verdad histórica. Hay, por supuesto, elementos de esta última incorporados a la película de Amenábar (los asesinatos del pastor evangélico Atilano Coco y de Salvador Vila, y el famoso incidente en el acto solemne celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el día 12 de octubre de 1936, además de la proclamación de Franco como Generalísimo en Burgos once días antes), pero la ficcionalización se los traga y los transforma en un relato que ya no es historia, sino otra cosa muy distinta: memoria histórica. Es decir, una novela histórica maniquea y edificante. Mientras dure la guerra es la contribución de Amenábar al proyecto socialista de la sustitución de la historia por la memoria histórica, es decir, por una fábula de izquierda.
La intervención de Unamuno en el acto del Paraninfo, por ejemplo, se reconstruye ficcionalmente sobre un relato ya ficticio, el de Luis Portillo Pérez, publicado en la revista inglesa Horizon en 1941, una fuente que ningún historiador ni biógrafo serio admite ya como válida, a pesar de que fuera canonizada en su día por un mal informado Hugh Thomas. La versión de Amenábar es incluso más desaforadamente tendenciosa que la de Portillo.
No es esto lo más irritante de la película. Lo peor es la caída en el esperpento. Valle Inclán escribía esperpentos que distorsionaban la verdad histórica como los espejos del Callejón del Gato. Pero para hacer buenos esperpentos hay que tener la genialidad de Valle Inclán, lo que no es el caso. Franco aparece a través de toda la película como un trasunto de las caricaturas de Vázquez de Sola, y Millán Astray como un híbrido siniestro del Sargento Amilibia y del capitán Garfio. Estereotipos grotescos ambos de sus referentes históricos, que resultan sin embargo imprescindibles para desacreditar, en la película misma, el principal símbolo de la Transición, la bandera constitucional. Pero algo positivo tiene el experimento de Amenábar: exonera a Unamuno de complicidad sostenida con el franquismo, lo que debería excluir sus restos salmantinos del plan de exhumaciones del PSOE.
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