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El escándalo Maestre

¿Quedará engullida la denuncia del caso Agapito Maestre como sucede con la piedra que se lanza a la charca? ¿No habrán valido de nada el manifiesto de filósofos encabezado por Bueno y Savater o artículos como el vigoroso de Ignacio Camacho en este periódico? ¿Se consumará la expulsión de Agapito Maestre de la Universidad de Almería?

Es éste uno de los escándalos académicos más brutales que uno ha podido conocer: se le arranca de la cátedra a su titular por no haber adjuntado en el papeleo de la convocatoria -hace diez años- un documento puramente formal, un venial requisito que ahora le sirve al Tribunal Superior de Andalucía para llevar a cabo una tarea inquisitorial. Porque el pecado de este profesor de Filosofía había consistido en convertirse en un foco crítico de la política socialista.

Tengo en torno a mi ordenador algunos de los libros de Agapito Maestre. Está todo en ellos. Quiero decir que en estos textos están las claves de su pensamiento y, por tanto, de su expulsión. En un ensayo sobre la Ilustración, A. M. recordaba la consigna de las luces «sapere aude!» que él iba a traducir de un modo libre y más radical: ¡atrévete a criticar! Lo hizo, y le han sacrificado. Visto el caso con esta perspectiva, hay que reconocer que el filósofo y los aparatistas del PSOE han sido, cada uno en su función, consecuentes. Aquél, al defender la verdad; éstos, al perseguirla.

El nervio que recorre toda la obra de Agapito Maestre es precisamente la idea del pensamiento crítico como riesgo, no sólo intelectual sino vital, material. Por esa razón, A. M. habla de la valentía cívica del intelectual: «En el fondo estoy persuadido de que el coraje civil del pensamiento enfático consiste en «vivir peligrosamente»».

El modelo de pensador de A. M. no es el de Rodin que interioriza el mundo, sino el de quien piensa hacia afuera con el objetivo de intervenir en la sociedad hasta el punto de cambiarla. Nuestro ensayista no está por las ideas puras sino, como quería Ernesto Sábato, por la necesidad «de inventar un arte que las mezcle con el baile, los alaridos, la geometría... un ritual en el que los gestos estén unidos al más puro pensamiento». En definitiva, nuestro profesor de Almería, antes de la Complutense y antes discípulo de Havermas, colaborador en diarios y revistas, no está por el pensamiento intransitivo sino por aquél que se traduce en la acción política. Por eso, para él la política es «el ámbito dominante de la existencia auténtica... el espacio privilegiado donde al hombre le es dado realizarse en cuanto tal («La escritura de la política»).

Así que ahí, en ese terreno del conflicto que es la política, iba a encontrarse Agapito Maestre con y frente a los políticos, y de esa confrontación iba a salir esta venganza sórdida, especialmente cobarde por lo burocrática, de la expulsión de la cátedra. Agapito Maestre sabía que se exponía a mucho en su búsqueda de la verdad, pero posiblemente no hasta este punto. Era consciente de que una de las formas de castigo es el exilio en la propia patria, el ninguneo de los mandarines, el desplazamiento de los centros de poder. Había escrito: «El exilio interior es ya el horizonte de nuestro desaliento».

Quizá de todo este calvario que está viviendo A. M., lo más doloroso haya sido la decepción andaluza. Él creía en la cultura fronteriza de esta tierra. Para él Andalucía ha sido «una manera plural de entender la vida. Me siento privilegiado -había escrito- de escribir y vivir en una frontera».

Mi ordenador está rodeado por los libros de Agapito. Los toco, los atuso, como si estuviera pasando mi mano por su cabeza, por su pelo ensortijado, rebelde.

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