Torra, a juicio por los lazos
Es tan cursi

El independentismo puesto ante su responsabilidad -y ante su espejo- da la medida exacta de la democracia española, seria, garantista y consolidada, y también de la profunda degradación de la sociedad catalana, que no sólo vuelve a tropezar una y otra vez en su «todo ... o nada» enloquecido e innecesario contra el Estado, sino que se humilla a sí misma en el simulacro y en la payasada.
A quien más tendría que ofender el circo de los lazos de Quim Torra es a cualquier independentista que se tomara un poco en serio su causa. Es tan cursi, tan absurdo y tan fraudulento jugar a hacer el patriota con las pancartas, que la propia tontería contiene la condena y la derrota. No hay sentencia judicial que pueda ser más dura que el espectáculo que ofreció todo un presidente de la Generalitat poniendo y retirando aquella lona del balcón de San Jaime. No hay derrota más severa que la de un pueblo tan dispuesto a que le engañen que hasta pueden burlarlo con un lazo.
Se desvanece el independentismo puesto ante su verdad: queda el sentimiento en cientos de miles de catalanes pero la estrategia política ha colapsado de contradicciones, de cinismo y de realidad. No puede hablarse de batalla perdida porque para ello el independentismo tendría que haberse presentado. No son presos políticos porque se entregaron o se fugaron sin defender la independencia que habían proclamado. Son malhechores porque lo confirmaron con su modo de comportarse.
Cada actuación independentista tras el 1 de octubre confirma la victoria del Estado sobre el poblado, de la Civilización sobre el tam-tam tribal, del aseo moral sobre el turbio envalentonamiento identitario, de la Ley y el orden como un arrullo para mecer a tanta criatura haciendo la parodia del soldado.
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