Copla popular

LAS esquelas de ABC se han leído siempre con mucha atención. En Madrid y en Sevilla, principalmente. Arzalluz -que es un constante y asiduo lector de ABC- reconoció que lo primero que hace con nuestro periódico es consultar las páginas de las esquelas para ver si ha muerto algún miembro de las familias tradicionales de Las Arenas o Neguri. Si así sucede, sonríe con la misma intensidad que al ver a su nieto decir «ajo, ajo» y se anima a sí mismo: «Uno menos». Rasgos de su amabilidad.
Por las esquelas se humillan muchos e injustos olvidos. Sólo en ABC, y por una esquela, se ha recordado la muerte, hace veinte años, de Rafael de León y Arias de Saavedra, marqués del Valle de la Reina y conde de Gómara, grandísimo poeta sevillano y maestro de la copla popular. Pasan esas cosas con la poesía del pueblo, allá abajo en Andalucía la honda, que Antonio Burgos, antólogo de Rafael de León, no gusta de llamarla Andalucía la Baja o Baja Andalucía, contradiciendo a Fernando Villalón, otro poeta del pueblo, y también marqués, de Miraflores de los Ángeles, que eso es lo que más le molesta al golfales del alcalde de Marinaleda, que siempre que abre la boca para cantar, lo hace con poemas de marqueses.
De Rafael de León los que saben de verdad son el referido Antonio Burgos y Carlos Herrera. Los que reniegan de su talento dicen que era un García Lorca en versión señorito de Sevilla. Al resentimiento social siempre le ha sido rentable la herida y el desprecio. Rafael de León fue un grandísimo poeta, y un valiente para su época. Se atrevió a amar libremente y a reconocerlo, y más de un disgusto, una humillación y un desafecto se ganó por ello. Su poema «Las muertes de Sevilla» es un prodigio. Su copla popular, escrita en buena parte con Antonio Quintero y entregada a la inspiración del maestro Quiroga, es hoy fundamento de la cultura andaluza, que es un regate rácano para no hablar de la cultura popular española. «Romance de valentía», «Pena mora», «La Parrala» y ese «No me digas que no» que se canta en todos los amaneceres de Andalucía, que vuela de balcón en balcón, de cancela en cancela y de campo a campo como si fuera invención e ingenio de un pueblo entregado a la poesía: «A la vera del agua/ tengo un barco de vela/ que es de miel y canela/ de plata y cristal».
Por ser marqués y conde, Rafael de León fue encarcelado durante tres años por la simpática y «democrática» República que hoy añoran los que no la padecieron. Pero Rafael de León no era persona de venganzas ni de rencores, y terminada la guerra civil se abraza a lo suyo, a la Poesía, y nace ese trío mágico, Quintero, León y Quiroga que llena de amor y de romance una época triste y desvanecida.
Veinte años después de su fallecimiento, apenas nadie recuerda a Rafael de León. El mismo Fernando Villalón, tan relacionado en su obra con el poeta de Sevilla, navega por el olvido. Muy pocos tienen presente al Pemán poeta, con su «Soledad», su «Elegía al niño mariscador» y su «Resignación». A Romero Murube lo ha rescatado ABC de la melancolía suprema, bautizando con su nombre el premio sevillano de periodismo literario. Y al gran Manuel Halcón -otro marqués-, le atizan sin pudor con arañazos envenenados y anecdóticos. Algunos de ellos han superado su «centenario», pero todo el dinero oficial se reúne en Alberti y Cernuda, que me parece muy bien, pero no tanto para unos y para otros tan nada.
Y eso es lo que nos traen las esquelas. En las páginas de ayer, ninguna alegría para Javier Arzalluz. Y mucha nostalgia de aquel poeta de Sevilla al que Andalucía toda canta cada mañana sin acordarse de su nombre.
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