Horizonte
Chernóbil
La noticia del último accidente nuclear en Rusia la da el servicio metereológico: a ver si cuela como cambio climático

El pasado 21 de junio publiqué aquí una columna titulada «Las mentiras de Chernóbil» en la que contaba la inmensa mentira que denuncia la serie de HBO «Chernobyl» que era la Rusia soviética. Como cada vez que se hace una crítica desde ABC a Rusia ... o a la URSS, asumí la pronta llegada de una nota de rectificación de la embajada rusa. No fue necesario porque le madrugó la columna de un estimado colega que el 24 de junio escribía en estas páginas que «no cabe duda de que las series se han convertido en el libro de los que no leen, que son legión y se han subido al machito (…) El consumidor bulímico de series es siempre un optimista tremendo; y a su condición gregaria suma un bajísimo nivel de exigencia». La magna liberalidad de ABC. Es evidente que la embajada rusa me hubiera tratado con más cariño incluso si hubiera mentado -para mal- a toda la parentela de Vladimir Putin -a quien Dios confunda.
Para curar mi bulimia y mejorar mi bajo nivel de exigencia he dedicado buena parte de mis vacaciones a leer Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (Debolsillo. Barcelona, 2015) del que es autora la premio Nobel de Literatura bielorrusa Svetlana Alexievich. La edición original de la obra es de 2005 y confieso que hubiera preferido quedarme con la versión televisiva y no con la realidad que cuenta este relato coral que inspiró la serie de HBO en el que se recogen testimonios de cientos de ucranianos y bielorrusos que cuentan la verdad que vivieron en las proximidades de la central nuclear que estalló a pesar de que era imposible que reventara.
En la página 115 se recoge el testimonio coral de 17 soldados que aparecen mencionados con nombre, apellido y función «…Llegamos a la central misma. Nos dieron una bata blanca y un gorrito blanco. Una mascarilla de gasa. Limpiamos el territorio. Un día trabajábamos abajo escarbando y arrancando restos, y otro arriba, sobre el techo del reactor. En todas partes con una pala. A los que se subían al techo los llamaban “cigüeñas”. Los robots no lo aguantaban; las máquinas se volvían locas. Nosotros, en cambio, trabajábamos. Sucedía que te brotaba sangre de los oídos, de la nariz. Te picaba la garganta. Te lloraban los ojos. Te llegaba un ruido monótono y constante a los oídos. Tenías ganas de beber, pero no tenías apetito. Se había prohibido la gimnasia matutina, para no respirar radioactividad en vano. Y marchábamos al trabajo en camiones descubiertos (…)».
La serie de HBO recoge detalladamente los testimonios del libro de la Nobel Alexievich porque esto se narra sin omisiones.
Y todo esto viene a cuento porque esta semana hemos tenido noticia de lo sucedido el jueves 8 de agosto en la ciudad rusa de Severodvinsk, donde explotó un misil nuclear y los niveles de radiación se incrementaron hasta 16 veces lo normal. Como si siguiéramos en la Unión Soviética, la noticia la ha dado el Servicio Metereológico de Rusia, a ver si consiguen que alguien se crea que esto es parte del cambio climático. El balance oficial de muertos es de cinco personas, sorprendentemente todos ingenieros. Lo que recuerda mucho al balance de Chernóbil, que sigue siendo oficialmente de 37 personas. Con un par.
Confieso que hay una cosa que destaca el libro de Svetlana Alexievich y que falta en la serie televisiva: el peso de la brujería en la sociedad rusa. En las páginas del libro tiene una presencia frecuente y agradezco a mi estimado colega que me haya motivado a leerlo. Es intolerable la manipulación de HBO ignorando en la serie el peso de la brujería.
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