Benedicto XVI y los abusos sexuales
La categoría básica

El Papa Emérito ha escrito un precioso texto sobre los abusos en la Iglesia y, como sucede siempre que la luz alumbra las tinieblas, la jauría ha salido a morder. Benedicto XVI sitúa el origen del problema en que «parte de la fisionomía de la ... revolución del 68 fue que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada» y desarrolla que entre «las libertades por las que aquella revolución peleó estaba la libertad sexual total, una que ya no tuviera normas».
Hace también autocrítica para culpar al Concilio Vaticano II de separar la teología moral católica de la ley natural y por el relativismo de creer que «la moralidad debía ser exclusivamente determinada por los propósitos de la acción humana». Afirma el Santo Padre Emérito que «hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor e incluso sobrepasar la preservación de la vida física», y que «el martirio es la categoría básica de la existencia cristiana». Y acaba recordándonos que «sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible».
El texto es de una insólita belleza y hay que leerlo entero para entenderlo en toda su profundidad. Es reconfortante que aún resplandezca la verdad entre tanto vendedor de pócimas. Contra los agujeros negros, la luz de Ratzinger. La alusión al 68, tan criticada por la turba encegada, es absolutamente pertinente porque significó el principio de la destrucción moral de Occidente que luego el islamismo trasladó al recuento de cadáveres. Hay un hilo maligno que cose la canción Imagine con los aviones que derribaron las torres de Nueva York. Y aún nos sorprende la crisis de esta Europa que no sabe dónde va. ¿Cómo vamos a saberlo si renunciamos a nuestras raíces cristianas? Benedicto lo dice: «un mundo sin Dios sólo puede ser un mundo sin significado» y «una sociedad sin Dios -una sociedad que no lo conoce y que lo trata como no existente- es una sociedad que pierde su medida».
Vivimos de espaldas a Dios y nos quejamos de no encontrar su amparo. Hasta la propia Iglesia ha renunciado, en nombre de la modernidad o de la apertura, a su propia esencia, y era sólo cuestión de tiempo que conociera el espanto. Era evidente que la naturaleza desordenada de muchos hombres que se ordenaron para buscar un refugio mucho más que porque sintieran la llamada de Dios, acabaría teniendo consecuencias nefastas. El relativismo teñido de arrogancia acabó de hundirnos en la desorientación y la vergüenza: «Una Iglesia que se hace a sí misma no puede constituir esperanza. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es una propuesta del demonio».
La pederastia es una de las más sangrantes formas del mal y «el poder del mal emerge de nuestro rechazo a amar a Dios». La solución está donde siempre estuvo. Así Jesucristo sufrió y murió por nosotros. Así Dios nos dijo cuánto nos amaba. «Aprender a amar a Dios es el camino de la redención humana».
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