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Un avance en la lucha contra ETA

Últimamente, la vesania etarra busca en Cataluña un marco para sus asesinatos y demoliciones. Curiosamente el nacionalismo exorbitante se ensaña con el más moderado y civilizado. Están frescas aún en la memoria las muertes de los concejales del PP en Sant Adriá de Besós y Viladecavalls —José Luis Ruiz Casado y Francisco Cano—, la del ex ministro socialista Ernest Lluch y la del guardia urbano barcelonés Juan Miguel Gervilla. Los terroristas debutaron hace un par de días en la ciudad de Gerona —dos mochilas traidoras junto a la delegación de Defensa— y ayer mismo fueron descubiertos por la Guardia Urbana de Barcelona cuando trasladaban un siniestro cargamento explosivo.

Lo primero que conviene es repetir, por certero, lo dicho por el alcalde gerundense, Joaquín Nadal, ante la no deseada llegada del grupo terrorista a su ciudad. Tras invitar a sus convecinos a una actitud vigilante, les invitó a «no conceder ni un mínimo de margen, ni aire para respirar, a los que asesinan». Frente a tanta tibieza condenatoria y tanta comprensión culpable, reconforta la radical proclama del alcalde. Ni aire para respirar.

Cuando evaluamos los efectivos de seguridad que tienen sobre sí la responsabilidad en la lucha contra ETA, nunca se nos olvidan la Guardia Civil y la Policía Nacional. Recordamos con menor intensidad a los policías autonómicos del País Vasco y Cataluña y solemos olvidar a los policías locales que, en su número total en todos los municipios españoles, superan a cualquiera de las anteriores. El éxito de la Guardia Urbana de Barcelona, la detección y detención de dos peligrosos integrantes de la banda, sirve para señalar que ahí reside una fuerza que, por su adaptación al terreno urbano, puede aportar una eficaz colaboración en una tarea trascendental, el triunfo policial que debe preceder a cualquier otro planteamiento que pueda acabar con esta ya vieja y dolorosa enfermedad.

Es posible que el asesinato del guardia Gervilla haya despertado esa responsabilidad en sus colegas de Barcelona y por ello, en una patrulla de madrugada, dos de sus compañeros percibieron una alteración en las matrículas del coche robado por los terroristas —¿el «comando» Barcelona?— y procedieron a su detención. De ahí se derivaron nuevos indicios que sirven para alimentar la información necesaria en esta desigual pelea en la que los servidores del orden han de proteger con la Ley los derechos de los asesinos profesionalizados desde una proclama nacionalista.

Si cunde el ejemplo de los municipales barceloneses, habremos dado un paso de gigante en la lucha contra el terrorismo. La especialización y asignación de responsabilidades entre las distintas fuerzas de la seguridad pública, parece aliviar de la tarea antiterrorista de las distintas policías locales; pero ellos, pegados al terreno urbano, están en las mejores condiciones para observar cualquier alteración en el escenario de nuestras ciudades. El alcalde Joan Clos y su gente han establecido, con los hechos, una nueva teoría de eficacia en la lucha contra ETA. Es una inteligente manera de servir a los ciudadanos y de multiplicar los servicios que los ayuntamientos les deben a los ciudadanos.

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