Leopoldo María Panero, la terca voluntad de autodestrucción de un poeta
JUGUETES ROTOS
Loco, drogadicto y poeta maldito, fue peregrinando por hospitales psiquiátricos hasta su muerte en 2014
![El poeta español durante una entrevista en Las Palmas en 2002](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/noticias/2022/10/28/panero-RvVA4zcImuU2oI3W6LTShEJ-1240x768@abc.jpg)
Poeta, loco, alcohólico, drogadicto y homosexual, la vida de Leopoldo María Panero fue un largo viaje hacia el abismo. «Si he sido un monstruo, que el infierno me perdone», escribió en sus últimos días. Transmutado en una ruina física, murió en 2014 ... en un hospital público de Las Palmas. Tenía 65 años. Nadie reclamó su cadáver.
Admirado y repudiado, cuerdo y extraviado, santo y maldito, Leopoldo María fue uno de los mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX en castellano. Y también un lúcido pensador que desmontaba los tópicos de los biempensantes. Pero su existencia se convirtió un calvario que le llevó a la cárcel en varias ocasiones y, finalmente, al internamiento en centros psiquiátricos durante los últimos 25 años de su existencia.
Era hijo del insigne poeta Leopoldo Panero, prohombre del franquismo y alcohólico, y de Felicidad Blanc, escritora e hija de un matrimonio de la alta burguesía madrileña, de la que se decía que era la mujer más bella de la capital. Leopoldo y Felicidad se casaron en 1941 y tuvieron tres hijos: Leopoldo María, Juan Luis y Michi. La desintegración de la saga está contada en la película 'El desencanto' (1976), dirigida por Jaime Chávarri, en la que la madre y los hijos sacan a la luz las miserias de una familia modelo en el régimen del yugo y las flechas.
Fascinado por Rimbaud y la cultura hippie, era un lector que devoraba todo lo que caía en sus manos
Leopoldo heredó de su progenitor su vocación por la poesía, pero desde su adolescencia rechazó sus ideas políticas y su modo de vida. A los 17 años, al finalizar el Bachillerato, ingresó en el Partido Comunista. Decidió estudiar Filosofía en la Complutense, pero no terminó la carrera al considerar que la enseñanza carecía de conexión con sus inquietudes vitales. Fue en esa época cuando empezó a beber y experimentar con la heroína, mientras viajaba por la India y el continente africano. Fascinado por Rimbaud y la cultura hippie, era un lector que devoraba todo lo que caía en sus manos.
Fue condenado a finales de los 60 a una pena de cárcel que cumplió en Carabanchel por tráfico de drogas. Allí descubrió su identidad homosexual, como él confesaba. Desencantado por el ambiente madrileño, se trasladó a Barcelona, donde conoció a Pere Gimferrer, que le impulsó a escribir su extensa obra poética, a la que se sumaron decenas de textos de ficción y ensayo. En esa época se enamoró de Ana María Moix, poeta y espíritu afín, que había nacido un año antes que Panero y que le precedió en la muerte unos pocos días.
Su esquizofrenia, manifiesta a finales de los 70, nunca mermó su capacidad creativa hasta el punto de que él subrayaba que la locura era el pozo del que extraía su inspiración literaria. «Llevo largo tiempo habitando en el foso de las serpientes», apuntaba.
Adicto al tabaco y al chocolate, bebió todo el alcohol que cabía en su cuerpo hasta que su hígado no pudo soportarlo. Entonces, empezó a ingerir Coca-Cola de forma compulsiva. Era una figura habitual en la cervecería Santa Bárbara de Madrid y en los bares de la zona, donde le prohibieron la entrada por escandalizar a los clientes.
Tras dos intentos de suicidio y sucesivos internamientos, tuvo que ingresar en un psiquiátrico de Mondragón a finales de los años 80. Sufría ataques de delirio y una conducta agresiva que le alejó de su familia y sus amigos. Allí permaneció una década. Le daban permiso para pasear por las calles de la ciudad vasca, que calificó de «una mierda».
En plena decadencia física y mental, fue trasladado a otro centro de Las Palmas, donde encontró nuevas amistades y un clima de cierta protección. Siguió escribiendo poemas desgarradores que no desmerecían su obra en los años 60 y 70. José María Castellet le incluyó en una antología en la generación de 'los novísimos', en la que figuraban Vázquez Montalbán, Félix de Azúa y Pere Gimferrer.
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Leopoldo siempre quiso ser un poeta provocador y maldito, cuestionaba la normalidad tanto en su vida privada como en sus escritos de marcado carácter autobiográfico y tenía un comportamiento imprevisible. «Soy el negro, el oscuro, ardiendo está ni nombre», dijo de sí mismo. Creía que el único sentido de la vida era la autodestrucción, algo a lo que dedicó todas sus energías y acabo siendo una profecía autocumplida.
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