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1992, el año en el que España asombró al mundo

La Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona proyectaron una gran imagen de España a nivel internacional, pero la corrupción y el despilfarro ensombrecieron los logros del Gobierno de Felipe González

Las réplicas de las Carabelas de Cristóbal Colón entran en el puerto de Manhattan en 1992 al cumplirse los 500 años del Descubrimiento de América EFE
Pedro García Cuartango

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Hace 30 años, una flecha surcó el aire en Barcelona. El público que llenaba el estadio de Montjuic contuvo el aliento hasta que una llamarada de fuego emergió del pebetero olímpico. Un clamor de entusiasmo salió de las gradas. El momento era la culminación de seis años de esfuerzo y unas inversiones ingentes que hicieron que la imagen de España brillara en los cincos continentes.

Fueron unas semanas mágicas en un año en el que nuestro país asombró al mundo. Tres meses antes de la celebración de los Juegos, el Rey Don Juan Carlos había inaugurado la Expo de Sevilla. Corría el año de 1992, en el que también se conmemoró el V Centenario del Descubrimiento de América.

España se hallaba todavía en un ciclo virtuoso que había hecho posible la entrada en la Unión Europea en 1986. Felipe González había ganado las elecciones por tercera vez y había logrado salir airoso de la consulta sobre la OTAN. La dimisión de Alfonso Guerra y los numerosos casos de corrupción ensombrecían el futuro del Gobierno. Pero todo quedó aparcado por la Expo y los Juegos de Barcelona, que atrajeron ese año a más de 40 millones de visitantes extranjeros.

Visto con la perspectiva de tres décadas, la pregunta es qué queda de aquella España tocada por la gracia, con un prestigio internacional que nunca había tenido y un crecimiento económico que había elevado espectacularmente los niveles de renta y de bienestar social. Pero la euforia dio paso al desencanto en 1993 cuando una inesperada crisis económica golpeó a España, que tuvo que devaluar la peseta en tres ocasiones y acometer ajustes que dispararon la conflictividad social.

Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, en el AVE Madrid-Sevilla, que se inauguró en 1992 EFE

Aquel año de la Expo y los Juegos pasaron muchas cosas, hoy olvidadas por el transcurso del tiempo y el nacimiento de una nueva generación que no conoció aquellos fastos. En 1992 se inauguró el AVE entre Madrid y Sevilla, los mineros del carbón y los obreros del metal marcharon a Madrid, el museo Thyssen abrió sus puertas, la cúpula de ETA fue detenida en una espectacular operación en Bidart, murió Camarón de la Isla con tan sólo 41 años y un grupo de ultraderechistas asesinó a la dominicana Lucrecia Pérez en una discoteca abandonada en Madrid. Fue también el año de la despedida de Mecano y del estreno de 'Vacas', la película de Julio Medem.

La nostalgia tiñe hoy la visión sobre aquella España en la que todos éramos más jóvenes y confiábamos en un futuro que luego se malogró. González volvió a ganar las elecciones de 1993, pero sus últimos tres años fueron una pesadilla a causa de los escándalos de corrupción y el creciente malestar social que sacudió a la sociedad española. Dos huelgas generales, con seguimiento masivo, pusieron en evidencia que el Gobierno socialista se tambaleaba tras perder el apoyo de los sindicatos y una parte de su electorado.

La gran operación de González y Guerra

La Expo comenzó el 20 de abril, tres días después de lo previsto. Fue una gran operación de marketing de Felipe González y Alfonso Guerra, que no regatearon recursos para que el evento fuera un gran éxito en su ciudad natal y en el resto de Andalucía, su feudo electoral. El coste de la organización ascendió a unos 500.000 millones de pesetas (unos 3.000 millones de euros) y eso sin contar la inversión en el AVE. Y, según las últimas estimaciones, el déficit de la Expo se elevó a 690 millones de euros, una cifra que contrastaba con la promesa inicial de que no le costaría ni una sola peseta a los contribuyentes.

El Gobierno designó al prestigioso profesor sevillano Manuel Olivencia como comisario de la sociedad organizadora, pero un año antes de la inauguración tuvo que dimitir a causa de los retrasos en las obras y una serie de disensiones internas. González nombró al diplomático Emilio Cassinello para sustituirle, pero colocó además a Jacinto Pellón, un ejecutivo de Dragados, para sacar adelante el proyecto. Pellón no regateó gastos, logró que todo estuviera terminado a tiempo, pero el costo final de las obras ascendió a más del doble de lo previsto en el proyecto inicial. Fue entonces cuando se acuñó la denominación de «un pellón», que equivalía a 1.000 millones de pesetas.

Algunos de los pabellones de la Exposición Universal de Sevilla, situado en la Isla de la Cartuja. EFE

El despilfarro, los contratos a dedo y las comisiones fueron tan escandalosos que el fiscal Jiménez Villarejo investigó por delitos de malversación, apropiación indebida y falsedad mercantil a los directivos de la Expo. La acción judicial determinó que se habían pagado más de 6.000 millones de pesetas en comisiones a una misteriosa sociedad suiza llamada Telemundi por unos servicios que nunca se esclarecieron. En 2003, el caso fue archivado sin saber quién se había llevado ese dinero.

Menos visitantes de los esperados

Los visitantes a la Expo estuvieron por debajo de las expectativas del Gobierno, pero es cierto que Sevilla se benefició de un nuevo acceso ferroviario y del AVE, se construyeron cinco puentes, se realizó una autovía de circunvalación y se restauraron sus principales monumentos históricos. Las 215 hectáreas de la Isla de la Cartuja, donde se habían ubicado los pabellones, se transformaron en un parque tecnológico.

La Expo no estuvo exenta de contratiempos y malos presagios, que inspiraron chistes que pronto corrieron por todo el país. En 1991, la nao Victoria naufragó a los pocos minutos de su botadura en Isla Cristina. El humor andaluz culpó a Luis Yáñez, presidente de la sociedad estatal del V Centenario. Pero peor fue el incendio, dos meses antes de la inauguración, del pabellón de los Descubrimientos, que debía mostrar los principales hitos de la aventura americana y que fue consumido por el fuego con llamaradas de 40 metros de altura.

La Expo empezó mal y acabó bien. Pero casi al mismo tiempo que ardía el pabellón más emblemático del evento, el Gobierno se vio sacudido por un escándalo que acabó años más tarde en la dimisión de Mariano Rubio, gobernador del Banco de España. Fue el llamado caso Ibercorp, que provocó la caída de la 'beautiful people', un grupo de empresarios y banqueros cercanos al poder que se habían enriquecido en aquellos años en los que Carlos Solchaga, ministro de Economía, había dicho que España «es el país europeo donde resulta más fácil hacerse rico«. Era una frase incorrecta políticamente, pero cierta.

Ibercorp puso de manifiesto que Rubio se había beneficiado de un trato de favor con la recompra de sus acciones en Sistemas AF, que había ocultado su identidad como inversor y que había desviado sus plusvalías a una sociedad en un paraíso fiscal, gestionada por un familiar suyo. El escándalo era mayúsculo en quien firmaba los billetes de curso legal y tenía la obligación de preservar la limpieza del sistema financiero. Antes de estallar Ibercorp, el ministro García Valverde había tenido que renunciar a su cartera de Sanidad por una operación inmobiliaria de una filial de Renfe en unos terrenos de San Sebastián de los Reyes.

Pero no todo fueron contratiempos en esos primeros meses de 1992. En marzo, la Policía francesa, alertada por la Guardia Civil y los servicios secretos españoles, detuvo al colectivo Artapalo que se había reunido en un caserío en Bidart. ETA sufrió el mayor golpe de su historia con el encarcelamiento de sus tres líderes: José Aguirre Erostarbe, alias Fiti, Francisco Múgica Garmendía, conocido por Pakito, y José Luis Alvarez Santacristina, Txelis. Eran los tiempos de la «socialización del sufrimiento», una expresión acuñada por la Alternativa KAS, que básicamente consistía en causar el mayor daño posible a policías, militares, jueces, concejales y quienes eran declarados enemigos por la banda. En febrero, ETA asesinó a cinco militares en la plaza de la Cruz Verde en Madrid con un coche bomba. La organización terrorista evitó los atentados durante los Juegos, pero mató en Oyarzun a un guardia civil llamado José Manuel Fernández el 18 de agosto, días después de la ceremonia de clausura.

Felipe González y Mijail Gorbachov, en la Exposición Universal de Sevilla el 24 de agosto de 1992. EFE

Los Juegos Olímpicos comenzaron el 25 de julio con un acto inaugural al que asistieron numerosos mandatarios extranjeros, entre los que destacaba Fidel Castro. El Príncipe Felipe fue el abanderado de la representación española, que obtuvo la mejor cosecha deportiva de la historia. Se ganaron 22 medallas, de las que 13 fueron de oro. Quedan en la memoria los triunfos de Fermín Cacho en los 1.500, Daniel Plaza en marcha, López Zubero en natación, Miriam Blasco en judo, José Manuel Moreno en ciclismo y el oro en disciplinas colectivas como el fútbol masculino, el tiro con arco, la vela y el hockey hierba femenino.

Los Juegos fueron el espectáculo más visto de la historia con más de 3.500 millones de espectadores. El éxito deportivo fue a la par. Barcelona se convirtió en una ciudad moderna y admirada en todo el mundo. Pero nada fue gratis: el Estado invirtió 660.000 millones de pesetas (4.000 millones de euros) en la modernización del aeropuerto, infraestructuras y construcción de las instalaciones deportivas y de la villa olímpica, que revitalizó una zona abandonada de la ciudad.

Durante un corto tiempo, el nacionalismo catalán, liderado por Jordi Pujol, enterró las hostilidades, y salvo algún acontecimiento aislado, colaboró con el Gobierno, sin reconocer nunca que el éxito de los Juegos había sido posible por el esfuerzo económico de la nación y la contribución de Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico.

En octubre de ese año, el barón alemán Hans Heinrich Thyssen anunciaba la cesión al Estado de 775 cuadros de su colección, que se quedarían por diez años en el palacio de Vistahermosa. El edificio fue abierto al público y hoy esas obras de arte siguen allí, a pocos metros del Museo del Prado.

En 1992, pasaron muchas cosas más y no todas buenas. Casi todos se acuerdan del desastre del Prestige, pero pocos guardan en la memoria que aquel año acabó con el hundimiento del petrolero griego Mar Egeo frente a las costas de La Coruña. El buque se partió en dos. Casi 80.000 toneladas de crudo salieron de sus tanques, provocando un desastre ecológico sin precedentes. Tras el incendio del combustible, la nube tóxica alcanzó un kilómetro de altura.

Una nueva era

Aquel año Volkswagen sacó una nueva versión del Golf que incorporaba doble airbag en el frontal del vehículo, el Barça ganó su primera Champions en Wembley, el Real Madrid perdió la Liga en Tenerife y Prisa acabó engullendo Antena 3 Radio. Eran tiempos en los que Mario Conde, que presidía Banesto, se había convertido en el símbolo de un sistema que exaltaba el éxito y la riqueza sobre la honradez y el trabajo bien hecho.

El Muro de Berlín se había derrumbado en 1989, la Unión Soviética se había desintegrado y Francis Fukuyama había teorizado el fin de la Historia tras la liquidación del comunismo. El mundo, impulsado por la naciente globalización y un cambio tecnológico acelerado, parecía encaminarse a una nueva era. Hoy podemos constatar qué poco fundamento tenía aquel optimismo.

España se puso de moda y suscitó admiración en la esfera internacional. Su transición política se convirtió en un modelo de éxito. Las reformas impulsadas por los Gobiernos de González modernizaron el país. Y los cuantiosos fondos europeos contribuyeron a financiar el AVE y a construir autopistas. Pero tras la esplendorosa fachada de edificio, los cimientos comenzaban a resquebrajarse. La desenfrenada especulación, la corrupción sin freno, la patrimonialización de las instituciones desde el poder y la falta de ejemplaridad de la clase dirigente minaron la confianza en el sistema. De aquellos polvos vienen algunos de los actuales lodos. La España del 92 fue un milagro que duró muy poco tiempo y por el que hubo que pagar un alto precio.

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