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Rafael Martínez Simancas (1961-2014)

Enseñaba la verdadera inteligencia

Fue el último director de «¡Qué!», diario que dinamizó y cambió con inteligencia cuando ya había poco que hacer

Enseñaba la verdadera inteligencia abc

félix madero

Conocí a Rafael Martínez Simancas en la redacción de la cadena COPE, en 1990. Los dos veníamos de la radio pública, habíamos pasado por Radiocadena Española y Radio Nacional de España. Tuvimos en aquellas radios arrancadas espectaculares y terminamos con inmejorables fracasos de los que, sin conocernos todavía, decidimos salir con la cabeza bien alta. Caímos en el equipo de Javier González Ferrari, que dirigía el programa Un día en España, uno de los mejores informativos-tertulia de la historia de la radio. Veníamos, pues, de sitios destacados, y aterrizamos en una redacción más joven aún que nosotros y donde la mayoría estaba empezando. Enseguida nos dimos cuenta de que hacía falta una buena cura de humildad y empezar de cero. Y eso hicimos. Y fuimos felices, o muy felices así, lo cual no deja de ser extraordinario en un mundo en el que el trabajo era y es un bien escaso y, cuando se tiene, una maldición. Aquel tiempo fue fácil porque Rafa me enseñó lo que es la verdadera inteligencia, la que consiste en reírse de verdad cuando el mundo muestra su cara de mentira. Así hasta que el linfoma ganó la batalla después de tres años de lucha ejemplar. «Nada de una terrible enfermedad Félix, un cáncer; al enemigo hay que llamarlo por su nombre porque corro el riesgo de no reconocerlo y de no poder luchar».

Pero estábamos en la COPE, en la COPE de Onega, Rico, Antonio Jiménez, Luis del Olmo, J.J. Barriga, J.J. Iriarte, Alfonso Nasarre, Alberto M. Arias, Encarna... Palabras mayores, oigan. En una mesa rectangular enorme nos sentaron. Y allí, en aquella destartalada mesa de redacción comenzó una gran amistad que se sustentó siempre en la forma de llamarnos: él era mi «brother», yo el suyo. Frente a un vieja máquina de escribir Olivetti, a la que le faltaban las teclas «a», «p» y «t», hicimos los guiones más surrealistas que uno pudiera imaginar. Las noticias más incompletas e ilegibles de la radio española. Cuando se las llevábamos a Ferrari decía que así no se podía trabajar, que pidiéramos una máquina nueva. «Ya la pedimos, pero no llega», decía Rafa. Y entonces Javier sonreía mirándonos por encima de sus gafas mientras pensaba que era un verdadero milagro que pudiéramos escribir noticias con ese trasto.

Simpatizante del Atlético y el Estudiantes, su afición explica cómo quiso a sus amigosVolvimos a coincidir en Onda Cero, la Radio de Julia, donde como guionista dejó su impronta, su gran imaginación, cultura y buen sentido del humor. Y luego en Punto Radio, en Protagonistas, en De Costa a Costa. Un lío de nombres, entradas y salidas al mismo sitio donde tejimos la historia de una amistad. Fue el último director del diario «¡Qué!» de Vocento, un periódico que dinamizó y cambió con verdadera inteligencia cuando ya había poco que hacer. Nos quisimos. Nos sentimos bien estando juntos, comiendo en Salvador, restaurante castizo en el que era la criatura mimada por el gran Pepe Blázquez, fallecido hace unas semanas y al que Rafa puso en ABC una letras en el mismo sitio en el que yo ahora escribo sobre él. Ya ve, amigo lector, la vida qué áspera es.

«Al enemigo hay que llamarlo por su nombre porque corro el riesgo de no reconocerlo» Tengo la seguridad de que se ha ido sabiendo que la muerte no es el final. Desde ahí Rafa tiene más futuro que pasado , y a esa manera de verlo me agarro con urgencia, vehemencia y verdadera necesidad. ¡Qué pobre memoria es aquella que sólo funciona hacia atrás! dice Lewis Carroll.Simpatizante del Atlético y del Estudiantes, quizá su afición a estos dos clubes explique la intensidad con que quiso a sus amigos, a los que defendió del infundio y el comentario de los canallas aunque estos tuvieran alguna razón. Escribió novelas, ensayos y hasta una biografía de Julio Anguita, al que admiraba por su coherencia. El último libro, «Sótano Octavo» (Ediciones B) lo empezó nada más conocer que tenía un linfoma. Escribió conocedor de su enfermedad, y ahí están escritas con fino humor y sinceridad páginas que ayudarán a otros enfermos en su lucha contra su mal. Ahí queda para aquellos que busquen el mejor remedio contra el cáncer: palabras que hacen reír, amor escrito en palabras a sabiendas de que con la enfermedad y sin ella la vida termina siempre en la muerte. Tengo la edad que tenía Rafa, y por lo tanto queda atrás ese tiempo en el que eran siempre otros los que se morían. Si, el tiempo además de escaso es cruel. Ya no son otros, de un tiempo a esta parte son los míos.

En estos últimos días, cada vez que le mandaba un whatsapp leía la frase que había colocado para explicar su estado: «Lo que no se da se pierde». Era de Vicente Ferrer. Hermosa advertencia a sus amigos que me anima a escribir lo que siento: que Rafa está vivo. Y así será en el recuerdo de su madre, doña María Victoria; Lidón, su mujer; Víctor y Lidón, sus pequeños hijos; Julián y Concha, sus hermanos. A ellos les digo que para los que creemos que la muerte no es el final Rafa seguirá vivo en nuestras memorias. Y nosotros en la suya. ¿O no, «Brother»?

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