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«En Lhardy han ocurrido hechos que nunca se han sabido»

Milagros, propietaria del restaurante que cumple 175 años, revela anécdotas de este templo de la Carrera de San Jerónimo

«En Lhardy han ocurrido hechos que nunca se han sabido» ÁNGEL DE ANTONIO

TATIANA G. RIVAS

El brillo de los ojos verdosos de Milagros «Lhardy» cuando habla de su establecimiento es sorprendente. Y no se le apaga la sonrisa en ningún momento. Allí nació ella, se crió e incluso le pidieron matrimonio. Hasta este local le ha cambiado el apellido, adoptando el del fundador de la casa en 1839: Emilio Lhardy. Toda la vida de Milagros está entre las paredes de las tres plantas de este edificio del 8 de carrera de San Jerónimo. Enseña las instalaciones narrando con pasión la historia que guardan sus seis salones: el isabelino, el blanco, el sarasate, el gayarre, el tamberlick y el japonés. «Aquí se han celebrado bodas y han ocurrido hechos que nunca se han sabido», asegura con una sonrisa.

Todo huele a madera antigua; su estilo está anclado en el romanticismo. Recorrer sus habitaciones, sus pasillos y sus escaleras significa emprender un viaje al pasado, a dos siglos atrás. Hasta su famoso consomé se sigue sirviendo en el samovar ruso de 1839 que aún se ubica frente al espejo de la misma época, un cristal que ha reflejado los rostros más ilustres y famosos de Madrid desde el XIX.

Lhardy cumple ahora 175 años. Este local abrió sus puertas cuando en la Plaza Mayor aún se celebraban algunas corridas de toros; en las calles había farolillos de gas, y en la aristocrática carrera de San Jerónimo se erigían no más de 50 casas.

Fue en octubre de 1926 cuando el abuelo y el tío de Milagros se hicieron con esta tienda-restaurante. «El hijo de Lhardy Si se le pregunta a Milagros por su rincón favorito responde «el comedor japonés».

Sus paredes están forradas con un estampado oriental que se conserva desde 1839. También las gruesas cortinas se mantienen desde entonces, desgastadas en algunas zonas por el tacto de la gente. «No las pienso cambiar. Quiero que la gente que venga toque la misma tela que acarició Isabel II». La regente fue su primera clienta importante, revela. «Éste era el único sitio al que venía la reina fuera de palacio», afirma Milagros. Y allí, en el salón japonés de los secretos, se refugiaba la regente para alternar con algún pretendiente. Ese salón fue también el espacio preferido del general Primo de Rivera; se daba cita con ministros y personalidades de la Dictadura. Allí mismo se decidió el nombramiento de don Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República y en otros salones se retaban en duelo caballeros. Por Lhardy ha pasado Alfonso XII, XIII, el Príncipe Felipe, Manolete, Mata-Hari y en los «cenáculos de la literatura» se han dejado ver en distintas épocas Federico García Lorca, Benito Pérez Galdós, Ramón Gómez de la Serna, Ortega y Gasset, Jacinto Benavente... se han retado en duelo caballeros. «No podemos concebir Madrid sin Lhardy», afirmaba el novelista Azorín.

«Bartolillos» a 15 pesetas

En el pasillo de entrada al restaurante de Lhardy aún luce un cuadro con la lista de precios de la tienda a principios de 1908. Bartolillos a 15 pesetas, agua con azucarillos a diez pesetas, el vaso de limonada a 5 pesetas.

Hoy deleitar al paladar en Lhardy cuesta un precio medio de 70 euros por cabeza. Son muchas glorias las que guarda este pequeño gran museo de la historia madrileña. Pero ahora, dice Milagros, su dueña, les preocupa que su público no se renueva. Por eso, con motivo de sus 175 años sirviendo al público, han elaborado un menú que se acerca en gusto y en bolsillo al público más juvenil. «Eso es lo único que ahora añora Lhardy, atraer a los más jóvenes». Y, así, que nunca se pierda su riqueza y esencia.

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