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Colección «Romero Ortiz», un museo romántico en Toledo

Antonio Romero Ortiz está unido a la ciudad de Toledo por medio de un legado muy singular

Colección «Romero Ortiz», un museo romántico en Toledo

por víctor girona Hernández

Histórica y socialmente hablando, los acontecimientos acaecidos en España a lo largo del siglo XIX resultan, cuando menos, apasionantes. Y no podía ser de otra manera que la biografía de uno de nuestros compatriotas más influyentes de aquel siglo, también lo sea. Es el caso de Antonio Romero Ortiz (bautizado Antonio Carmen José Romero García), nacido el 24 de marzo de 1822 en Santiago y fallecido en Madrid el 18 de enero de 1884, que está unido a la ciudad de Toledo por medio de un legado muy singular.

De muy joven perteneció a la Milicia Nacional de Santiago teniendo que realizar frecuentes salidas por las montañas en persecución de partidas carlistas; se licenció en Jurisprudencia en 1843 y, a lo largo de su carrera, fue diputado en varias legislaturas desde 1854, ministro de Gracia y Justicia, ministro de Ultramar y gobernador del Banco de España, cargo éste que prefirió ejercer antes que formar parte de un Gobierno presidido por Sagasta. También ejerció como secretario del gobernador civil de Madrid, siendo gobernador de las ciudades de Oviedo, Alicante y Toledo. En su calidad de Director General de Hipotecas, organizó el Registro de la Propiedad.

Condecorado por la Reina Isabel II con la Orden de Carlos III y la de Isabel la Católica por la ayuda prestada durante la epidemia de cólera que asoló Asturias, en 1846 recibe el diploma de la Cruz de las Barricadas y la del Valor y la Constancia por «acreditar, con las armas en la mano, su amor por la libertad.» Afín a las ideas progresistas de su tiempo fue perseguido por Narváez, exiliándose en varias ocasiones a Portugal y a Francia y, al parecer, participó en los «sucesos de El Carral» de los que salió bien parado. Encabezó el pronunciamiento de 1868, siendo su intervención decisiva en la confección de la Constitución de 1869. Famoso es también su discurso pronunciado en las Cortes en octubre de 1872, en el que rebate punto por punto la irreal panorámica del país mostrada días antes por Amadeo de Saboya. Convencido de promover una política secularizadora a favor de la libertad religiosa separadora de la Iglesia y el Estado, ciertos clérigos de la época le denominaron «Lutero Ortiz», promoviendo contra él una gran campaña en prensa, libros, folletos y hojas parroquiales.

Josefa Sabrido, sobrina y heredera de Antonio Romero, legó su museo a Toledo

Muy notable es su faceta como periodista y escritor. Activo miembro de la Academia Literaria de Santiago, colaboró durante su vida en muchos periódicos y revistas ilustradas. Fundó los periódicos «El Porvenir» y «La Península» de corte liberal, escribiendo asiduamente en «La Nación» y en «La Revolución». Presidió la Asociación de Escritores y Artistas Españoles y fue miembro destacado de la Real Academia de la Historia. Realizó la traducción del «Ricardo III» de William Shakespeare. Masón convencido, utilizaba el simbólico nombre de «Fraternidad» y tenía el grado 33, el más alto del Rito Escocés, Antiguo y Aceptado. El 10 de mayo de 1881 tomó posesión de los más altos cargos masónicos como Soberano Gran Comendador.

Mantuvo la soltería hasta su muerte y se sabe que mantuvo correspondencia amorosa al principio, formal u ocasional con el paso de los años, con la poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, ocho años mayor que él. Persona inteligente, fue definido por sus contemporáneos como «fogoso, vehemente que hiere sin piedad a hombres, creencias, instituciones y a cuanto, en una palabra, se opone a la marcha de sus primitivos ideales», también lo fue como «persona sensible, afable y condescendiente, con una sonrisa permanente en los labios». Su entierro se tornó un acontecimiento político, masónico y librepensador de primera magnitud.

Gualdrapas de la cabalgadura del Cardenal Cisneros

Es posible que el saber de esta biografía a muchos toledanos no les diga nada, pero sí el hecho de conocer que, Antonio Romero Ortiz, se aplicó durante su vida a formar una colección de objetos que ofreciesen interés histórico, mérito artístico o atractivo de curiosidad o de rareza y que esa apasionante colección del siglo XIX, creada por él con paciencia, perseverancia, buen gusto y valiéndose de relaciones de amistad con figuras sobresalientes de su época y de sus puestos de relevancia política, fue legada por sus sucesores «para siempre en propiedad a la Academia Militar situada en el Alcázar», hecho que indudablemente viene beneficiando a Toledo desde principios del pasado siglo. Pero hagamos un poco de historia y sepamos como fue a parar hasta nosotros el Museo Romero Ortiz.

Hacia el año 1868, Antonio Romero Ortiz decide ordenar de manera definitiva su colección e inaugurar dos años más tarde un pequeño Museo que se sitúa en su casa madrileña en la calle Serrano, número 2. Cataloga sus fondos en cinco secciones: Armas en general; Objetos históricos de todas clases; Objetos curiosos antiguos y de arte; Curiosidades de Historia Natural y Álbumes y papeles en general. Ya Fernández de los Ríos, diez años más tarde, elabora un interesante artículo en «La Ilustración» sobre él y fondos procedentes de ese Museo colaboran en una exposición del Congreso Internacional de Americanistas. A la muerte de Don Antonio, su Museo lo hereda su sobrina Josefa Sabrido Romero, quien junto con su marido Juan Ruiz López lo traslada a la ciudad de La Coruña, siendo visitado entre otras personalidades por Isabel de Borbón, Infanta de España (ABC de 5 de julio de 1914), Pereda y Benito Pérez Galdós, según se recoge en el álbum de firmas. El Museo es, por entonces, de una riqueza absolutamente impresionante pues entre sus miles de fondos figuraban: armas antiguas de las edades de Piedra, Bronce, Hierro y de la época romana. Espadas de los siglos XV y XVI, así como una bombarda que utilizaron los carlistas en el sitio de Bilbao en 1874. Las espadas del General Castaños, de Álvarez de Castro, de Narváez, los sables del Empecinado, del General carlista Zumalacárregui, del Duque de Ahumada fundador de la Guardia Civil y del Cura Merino. Otras armas, como un puñal de Garibaldi (cedido por intermediación de Castelar y que según hizo constar el propio general italiano «le sirvió en sus legendarias expediciones a América»), el puñal con el que Juan Oliva atentó contra la vida de Alfonso XII, así como pistolas de personalidades ilustres del siglo XIX. De Asia y Oceanía, destacaban una serie de armas especiales y cascos, armaduras, rodelas, alfanjes, lanzas, crises y liguas, algunas magníficamente decoradas en oro y plata; procedían de piratas, bandidos y otros joloanos y malayos. Un gran número de banderas, estandartes, uniformes y condecoraciones. Entre los recuerdos históricos los había de Napoleón, de Amadeo de Saboya, la pipa del bandido «Sacamantecas» o un bastón de Norodón el rey de Camboya y las gualdrapas con dos pistoleras de terciopelo verde bordado y recamado en oro, que según constaba en el tumbo del palacio de Gimonde, perteneció al Cardenal Cisneros. Objetos de carácter religioso como un copero de marfil usado al parecer por Carlos I en Yuste, báculos, mitras, recuerdos de los Santos Lugares y la Galería de retratos de los generales que tuvo la Compañía de Jesús. Además, restos de animales antidiluvianos, fósiles, barros romanos, platos árabes, muestras de maderas de las islas de Cuba, Filipinas y Madeira, porcelanas de Sargadelos, de la vieja Sajonia, China y Japón. Contaba con 1.339 medallas de todo tipo, algunas de oro y plata. Y no menos importante por su valía era la singular colección de álbumes y papeles entre los que se contaban billetes de banco, planos, grabados, caricaturas, fotografías y los valiosos autógrafos en 27 carpetas correspondientes a personajes como Cervantes (refrendada su autenticidad ante Notario), Santa Teresa, Jaime I el Conquistador, cédulas reales de los Reyes Católicos, otra de Felipe II, una Bula del Papa Alejandro VI, cartas de Garibaldi, de Víctor Hugo, de Chateaubriand, del General Lafayette, de Napoleón I, del Duque de Wellington…

A principios del siglo pasado, en el año 1908, se publica la Orden que crea, en el Alcázar de Toledo, el Museo de la Infantería. Desde un primer momento su Subdirector, Hilario González, se entusiasma con la posibilidad de contar con una colección tan importante por la diversidad de fondos de carácter histórico, artístico y militar, decidiendo solicitar en 1910 a Juan Ruiz, conservador del de Romero Ortiz, su cesión en calidad de depósito. Tras arduas y largas negociaciones, la heredera y sobrina del fundador del Museo Josefa Sobrido y Romero, viuda a su vez del conservador, por carta de 14 de enero de 1914 confirma de manera definitiva que, a su fallecimiento, pase el Museo Romero Ortiz a formar parte del de la Infantería con una serie de condiciones que ella establece; esa decisión, curiosamente, se realiza en claro detrimento de las aspiraciones tanto del Ayuntamiento como de la Universidad de La Coruña que también deseaban disfrutar el legado. Así, cinco años más tarde, el 26 de febrero de 1919 es entregado por los albaceas de doña Josefa ante el notario coruñés Cándido López Rúa, el conjunto del Museo Romero Ortiz, con arreglo a lo siguiente: «Lega para siempre en propiedad a la Academia Militar establecida en el Alcázar de la ciudad de Toledo./ En el caso de no poder o no querer atender el legado, se entiende entonces hecho a favor de la ciudad de La Coruña o sea al Excmo. Ayuntamiento de la misma. /Conservará siempre la denominación de «Museo Romero Ortiz». Conservado perpetuamente y en su integridad, sin que pueda enajenarse objeto alguno. /No es permitido salga del local ni se preste objeto alguno».

Es bajo esas condiciones de legado como llega en marzo de 1919 a Toledo el Museo Romero Ortiz, componiendo una expedición de setenta bultos de variado tamaño.

Inaugurado de forma solemne en su nueva ubicación el 13 de julio de 1922 (ABC de 14 de julio), se hace coincidir con la Jura de Bandera de nuevos alumnos. Tomaron la palabra el por entonces coronel Director de la Academia de Infantería, Don Antonio Losada, el emocionado y satisfecho Subdirector del Museo de Infantería, Don Hilario González y el general Don Narciso Jiménez y Morales de Setién quien afirmó: «Ninguno de los objetos comprendidos en el nuevo Museo sobra en el Alcázar toledano, porque todos ellos sirven para ilustrar nuestra Historia y representan el Arte español, que reclama de todos, militares y paisanos, amor y respeto».

Por decreto del Gobierno de Don Manuel Azaña de 16 de diciembre de 1932, se crea el Museo Histórico Militar en Madrid con los que en ese momento tenían las Armas y Cuerpos, pasando a formar parte del nuevo Museo todos los fondos del Museo de la Infantería con excepción de los que conforman el legado del Museo Romero Ortiz. Por carta de 20 de diciembre de ese año, el pariente y heredero de Josefa Sobrido Romero, José Núñez Rivadulla, llama la atención sobre el Decreto citado recordando, a los efectos pertinentes, las condiciones imperantes en la cesión, siendo la razón para que el conjunto del legado permanezca en el Alcázar, no sea trasladado a Madrid y continúe con todo su esplendor hasta el verano de 1936, sufriendo los avatares de destrucción de la fortaleza y resultando, precisamente, la zona del patio en la que se encontraba ubicado el Museo una de las más castigadas por los combates. Esta circunstancia, junto con otras, hizo que se perdieran muchos de los fondos originales. Con la reconstrucción del edificio y mientras duraran las obras, se llevaron al Museo del Ejército en Madrid los fondos salvados; una vez concluidas, se habilitó una Sala y se devolvieron a su origen donde quedaron expuestos la totalidad de los recuperados siempre en cumplimiento del legado de cesión y bajo la custodia de quien le correspondía a partir de 1932, el Museo del Ejército a través de su Sección Delegada en el Alcázar de Toledo.

En la actualidad, tras el traslado del conjunto del Museo del Ejército de Madrid a Toledo en 2008, el singular Museo Romero Ortiz se constata como un desconocido para gran parte de la población toledana y ello sea debido, tal vez, a la poca importancia que se aprecia le manifiesta la nueva concepción museística desarrollada así como el claro desvirtuado de su valor por la incomprensible no muestra de lo verdaderamente atractivo entre los pocos fondos expuestos y su dispersión en otras estancias. Y es una lástima, que puede corregirse afortunadamente, pues el Museo Romero Ortiz no ha dejado de ser «…un ejemplo de la España de ayer, con sus palpitaciones hidalgas y hasta con la huella de sus trágicas luchas civiles: allí se admiran las creaciones de los artistas al lado de las reliquias de los caudillos preclaros; allí desfila lo que fue, lo que pasó, y sin embargo flota y perdura por su grandeza; y allí se entornan los párpados, sintiendo las pupilas ofuscadas por la lumbre de la gloria inextinguible». (Blanco y Negro, 30 de septiembre de 1923).

Museo «Romero Ortiz», la obra de un auténtico romántico que supo dar a lo cotidiano un sentido elevado, a lo conocido el prestigio de lo que se desconoce y a lo finito el esplendor de lo infinito.

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