artes&letras castilla-la mancha
Curiel hace hielo
El poeta talaverano presenta un nuevo libro con el que cierra su ciclo poético dedicado al agua
El poeta talaverano Miguel Ángel Curiel (1968), prestigiado por el detalle de haber nacido en Alemania (no son escasas las menciones de lo alemán en su poesía), torna a ofrecernos un nuevo libro completando, o continuando, pues ignoramos si habrá más entregas, su ciclo poético dedicado al agua. Si los anteriores títulos Por efecto de las aguas y Los sumergidos apuntaban hacia el agua moldeada en sus cauces, el reciente Hacer hielo sugiere un agua sólida, desprovista de caz y dispuesta a ser cincelada y esculpida, intención estética de la que se imantan estos nuevos poemas.
La voz poética de Curiel parece clamar en el desierto, ya que, tras ser emitida, no se engancha su resonancia en las lianas o vergeles de la retórica, afianzada su voz en una expresión sobria, seca, como un rotundo hilillo que se desliza sobre hierática, pequeña e imperturbable piedra a la cual el agua, al decir de una frase de Hacer hielo, «no la redondeó como a una palabra antigua»; contundente guijarro que, económico, continúa el discurso lírico: «Piedra pulida de un lecho. / Una entre miles. / Chocar hasta que se pulan las palabras». Esa resonancia de su decir poético, como venimos afirmando, en lugar de prolongarse en un eco retórico, deviene eficaz y elegante ecolalia donde los términos se repiten para ampliar idóneamente el espacio poemático: «Esta higuera se retuerce más que yo. / Es una manera de ser mejor. / Retorcerse para ser recto. / De niño maté pájaros. / Se puede matar / muchas veces pájaros / y luego amar muchas veces». «Crujen tus pasos, / y tras los tuyos / los de tus muertos. / Y delante de los tuyos / los de tus muertos».
Igual que en libros anteriores de Miguel Ángel Curiel, éste ofrece tanto poemas en verso como en prosa. Los primeros se asemejan al tan locuaz y rápido rumor de los regueros que descienden de La Alhambra. Los segundos, a esos regueros, ya serenados y crecidos, remansándose en una muy precisa dimensión: «En una mesa había una taza de café y un vaso de agua. El vagabundo se bebió despacio la taza de café como si diera sorbos a la oscuridad y dejó intacto el vaso de agua. Estuvo después largo tiempo mirando el vaso de agua, die lichtdurchlässigkeit o la transparencia. Así habíamos traducido esa palabra tan larga antes de olvidarla para siempre». Los poemas en prosa que en este libro nos presenta el poeta resultan justamente descriptivos, mientras que en los poemas en verso resalta sobre todo lo sintético: «Quisiera bendecir / una mesa vacía, / esta piedra / en la mesa. / Pero estoy dentro / de un pan / y no puedo comerme / a mí mismo». En muchas ocasiones, claramente domina la potencia de una destacada construcción nominal.
Quizá la mejor pieza de Hacer hielo es el largo poema, en prosa, titulado «Un largo muro», erigiéndose en un magno ejemplo de mesurada concatenación de imágenes evocativas. Algunas de sus alógicas secuencias se agrupan en la totalidad del texto como el conjunto de una paleta cromática no tanto multicolor sino muy plural en sus gradaciones y matices. Es un texto magnífico a la vez simbólico y partícipe de la digresión propia del filosofar poético: «¿No era así que de niño hacía con el cordel de la peonza nudos irresolubles, nudos sin sentido? No todo era corredizo y podía cerrarse sobre sí mismo. No todas las palabras te llevaban a la realidad y no todas pesaban lo mismo que el aire. No todas eran heridas en el papel. En el vacío eléctrico del cielo había pájaros negros tejiendo o haciendo nudos invisibles. Ensayabas esos nudos con el cordel de la peonza, e inventaste uno que se podría poner en práctica». Ese largo muro que da título al poema representa precisamente esa pared tenaz que, ocultando el mundo, al tiempo lo revela.
(Pie de foto superior : Miguel Ángel Curiel, preparando el anzuelo, en traje de neopreno, a orillas del Miño)
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