madrid
Polémica por el «casting» a los músicos callejeros
La nueva normativa que adelantó ayer ABC genera disparidad de opiniones entre artistas, vecinos y comerciantes
Entre cuatro notas de acordeón tocadas hasta la saciedad y el violín de Mars Yamalov -un músico profesional ruso que lleva interpretando desde los 7 años-, los vecinos de Arenal se quedan con lo segundo. «Hay que distinguir la música del ruido», comentaban ayer alguno de ellos tras conocer la noticia adelantada en exclusiva por ABC de que el Ayuntamiento realizará audiciones a los músicos ambulantes para poder tocar en la calle. «El centro se merece una música de calidad», dice Manuel Fernández, el portero del número 1 de la plaza de Isabel II.
Aunque vecinos, músicos y comerciantes coinciden en la problemática que supone, la medida no es del gusto de todos. «Es la "Operación Triunfo" particular de Ana Botella », criticaban desde Twitter algunos internautas. Sin embargo, Manuel, que soporta cada día más de 12 horas de música callejera, valora positivamente la norma. «Hay algunos que son buenos, otros te ponen la cabeza como un bombo. Los peores son los gitanos rumanos . Llegan por la mañana temprano, cogen un ritmo y no lo sueltan hasta por la tarde. Si la nueva normativa los echa del centro...», asegura entre suspiros. La ordenanza obligará a los músicos a cambiar de ubicación cada dos horas pensando, precisamente, en los vecinos.
Como él, quienes viven en la calle Arenal y sus alrededores piensan que «algo hay que hacer» para garantizar la convivencia en el centro entre los músicos y ellos. «No sé si es la mejor medida y si realmente evitará que las bandas organizadas de músicos mendicantes se vayan del centro, pero bienvenida sea», asegura Aarón Pollentes, vecino del número 1 de la tan transitada calle peatonal.
Aarón lleva viviendo en está esquina con Sol desde 1995. «No me molesta la buena música» , adelanta. «Pero hemos atravesado situaciones insoportables por culpa de la música callejera. Hasta hace poco los mariachis nos machacaban los oídos mañana y tarde e, incluso, hasta bien entrada la noche. Por fin los han echado de aquí», explica. «No respetaban ni la hora de la siesta. Ahora la Policía Municipal está muy pendiente», concluye.
Caminando hacia el Palacio de Oriente, justo en la esquina de San Ginés, una voz melódica se proyecta desde este rincón mítico de la capital. Mario rasga las cuerdas de su guitarra española mientras interpreta su particular versión de temas pop españoles. «La música callejera es mi único medio de vida» , confiesa este psicólogo infantil en paro. «Si el Ayuntamiento quiere que le demuestre mis habilidades para poder tocar, lo haré. Aunque mucho me temo que la medida no dará sus frutos. Si me prohíben cantar seguiré haciéndolo. Lo he hecho siempre, incluso, sin permiso», asegura.
Bandas «organizadas»
Ese es justo el problema que denuncia Pedro Rosales, vecino del centro, pianista y hostelero del barrio. «Nadie pide permiso para tocar», dice. «Vivo en el barrio desde el año 1979. Estudié piano en la Escuela Superior de Música y, de joven, tocaba en la Plaza Mayor. Entonces éramos cuatro gatos. Ahora son casi medio centenar », explica. Para él, los músicos profesionales «dan vida» a la calle siempre que sean «respetuosos».
«Yo siempre pedía permiso antes de tocar. En la terraza de mi restaurante -en la plaza del Conde de Barajas - veo a todas horas a gitanos rumanos molestando a mis clientes mientras tocan mal el acordeón y la pandereta. Eso no es música. Además muchas veces aprovechan y, al pasar por las mesas, roban todo lo que pillan», cuenta. «Ese es el gran problema». Respecto al ruido, explica: «Si yo dejo que toquen en mi terraza los vecinos se quejan a mí. Y les comprendo, porque hay que sufrir doce horas de acordeón, flauta y pandereta para saber qué es esto».
«Estos -en referencia a los gitanos rumanos- no creo que vayan a intentar siquiera pasar la audición. La Policía no hace nada ante esta realidad y no creo que por carecer de licencia para tocar en la calle los vayan a echar del centro», concluye.
Quienes tampoco están de acuerdo con la nueva norma son Joel González y Fernando Peinador, dependientes de la zapatería Esteve de la calle Arenal. «No deberían poner trabas a la música. Cada uno toca como puede y sabe . Lo hacen para ganarse la vida. Si la gente les da dinero es porque les gusta cómo lo hacen», explica Fernando. Joel, sin embargo, reconoce que deberían ampliar el repertorio: «Los conocemos a todos y siempre tocan lo mismo. A veces resultan cargantes».
Una idea que comparte Raúl Pariente, vendedor en la librería de San Ginés. «Es como un hilo musical constante. Aún así, a veces te encuentras con gente increíble que capta la mirada de todo el que pasa. A mí no me molestan. Ojalá tengan suerte y pasen todos el casting», dice sonriente.
De fondo, entre los números 20 y 26 de Arenal -los edificios en los que murieron respectivamente los maestros Chapí y Albéniz- el violín de Mars Yamalov se mezcla con el de una joven aprendiz. Él está de acuerdo con la audición: «La pasaré sin problemas». Ella, aún menor de edad, tiene exámenes cada mes. «Lo que le hacía falta: otro examen», espeta espontáneamente una mujer entre su improvisado público.
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